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Paternidad

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  Patricio consiguió trabajo, gracias al invaluable apoyo de Danna: búsqueda de ofertas, solicitudes enviadas, contactos, y gestiones diversas; como él está a punto de terminar la escuela y ella apenas a la mitad, decidieron que lo más conveniente era concentrar los esfuerzos en él. Ahora aprovechan el ingreso para pasarla bien y ahorrar una parte para seguir con sus planes profesionales; Danna es la encargada de distribuir el ingreso; ambos están conformes con ese acuerdo porque es más organizada y aligera las responsabilidades de él. Después de dos años de relación recibieron con más alegría que estupor la noticia de un embarazo no planeado. Acordaron que Patricio, aunque ya había terminado la escuela con buenas expectativas, continuaría con el medio tiempo para quedarse a cargo del bebé. Su suegra y su mamá ofrecieron apoyarlo, argumentando que debía crecer laboralmente, porque era el hombre de la casa; su jefe insistió en que perdía una oportunidad inigualable, después será tarde,

Margaretha, hoy serás libre

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  Cerrar los ojos es abrirlos para ver la noche Shakespeare, Comedia de las equivocaciones Con la mirada puesta al sur, por encima de los soldados que forman el pelotón de fusilamiento, oyes al teniente que dirige la ejecución. Su voz plana y monótona evoca la eternidad; uno a uno menciona los cargos por los que te encontraron culpable. Para no entrar en pánico, traes a tu memoria el recuerdo de la tortura a la que fuiste sometida, con la que obtuvieron tu confesión; sólo así pudiste detener el suplicio. Sabes que es preferible morir antes de pasar otro día a manos de tus verdugos. Te serenas. La luz del amanecer navega perezosa entre las ramas de las acacias y los cedros; las hojas se desprenden y la siguen; como tú, terminarán en la tierra en pos de un sueño.       Meses atrás, al ingresar a la prisión de San Lázaro, alcanzaste a leer uno de los epígrafes inscritos en el dintel de la puerta principal: “El traidor no es descubierto hasta que la máscara se le cae”. Con mirada

GÉNESIS

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  El mirarme en tus ojos ha sido el mejor de los sueños. Beatty Solís      ─Mamá, ¿me peinas por favor?, ─dijo la pequeña mientras estabas recostada, de inmediato te levantaste un poco aturdida, pero hiciste lo que una madre debe hacer. La niña de cabellos castaños te sonreía mientras te entregaba un cepillo rosa. La cabellera larga parecía reflejar el rayo de sol que se colaba por la ventana. Acariciaste aquella cascada, la peinaste entre tus dedos, palpaste la sedosidad. La inercia te indicó que las coletas serían la mejor opción; enrulaste aquellos manojos y adornaste con listones blancos que la pequeña te ofreció. ─Ahora el vestido mami, ─dijo sonriente con su vocecita infantil, mientras tomaba tus manos en señal de complicidad. Un vestido de tirantes color buganvilia con un suéter de acrilán blanco por debajo. Ella era hermosa, tenía tus hoyuelos en la sonrisa y unos ojos color miel a la par de su cabello. Te sentías feliz al contemplarla, encontraste un poco de tu rostro en ella,

CARTA AL SILENCIO

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  Antes que nada, me gustaría preguntarte ¿sabes lo que ha dañado nuestra relación a lo largo del tiempo? Pienso en cuánto representa esto y sonrío ante la ironía de la situación, te conozco desde el día que abrí mis ojos a la vida. En la práctica, la respuesta se puede resumir como a ti te gusta: sin palabras. Los hechos son los que hablan . Estoy de acuerdo con la afirmación; sin embargo, la has llevado al extremo. ¿Recuerdas cómo me gustaba sentarme junto a ti a ver las caricaturas? Sentía algo cálido en mi corazón cuando volteabas a verme y sonreías al escuchar risas ante los absurdos del coyote; entonces, con mis seis años lanzaba la pregunta ¿me quieres? Como respuesta escuchaba al silencio. ¿Sabes? Hubo días de muchas lágrimas hasta conformarme con la idea de que en la sonrisa estaba escondida la respuesta. Una de mis añoranzas es cuando, sentados en la mesa del comedor, abríamos nuestros respectivos libros para estudiar; tú cursabas aquel diplomado con el que sellaste un

CAMBIO DE PIEL

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Desde que llegamos, estás indiferente, tan cambiado, tu piel se ha vuelto fría, húmeda, áspera. Evitas mirarme, ya no hay caricias, ni sueños en común, no me escuchas. Soy como un fantasma que deambula entre cuartos viejos llenos de polvo y humedad; un adorno roto, tan alejada de todo y de quienes me puedan salvar. Odio esta casa donde acordamos estar unos cuantos meses mientras juntábamos dinero para comprarnos algo propio. El tiempo se detiene justo aquí, han pasado años. Jamás he sentido este sitio como mío, es de ellos y al parecer, tú lo heredarás. Te escribí una carta porque no me atrevo a hablarte de frente: “Por amor todo lo he aceptado, porque te creía y aún en el fondo de mi corazón, deseo confiar en cada una de tus palabras, de las promesas hechas cuando solo contábamos tú y yo. Tantas veces he intentado infundirte confianza, hacerte saber que podemos solos, sin ayuda, pero los escuchas más a ellos, siempre a ellos”. No duermo, estoy alerta al seseo, al sonido del cascabel,

Par de Reinas

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  ─¿Vas a ir o no? ─me preguntaron desde el auto en marcha. Los miré con desconcierto. En el viejo Volkswagen iban apretujados los cuatro hermanos Reyes que me invitaban a sumarme a la aventura. Su papá iba al volante. Días antes habíamos platicado de esa posibilidad, pero yo todavía no me decidía a correr el riesgo. Desde hacía tres años nos habíamos hecho grandes amigos. Todo había empezado porque Alf, uno de los hermanos, tocó a mi puerta cuando escuchó que de mi casa salían los acordes de una rola de los Rolling Stones. ─¿Quién está escuchando esa música? ─me preguntó de botepronto cuando abrí el zaguán. Desconcertado por el tono imperativo de su cuestionamiento le respondí que yo y enseguida se puso a hablarme de la coincidencia de nuestros gustos por la banda británica. Fue el inicio de una amistad que se ha fortalecido al paso de los años a través de conciertos, borracheras, pláticas, intercambios de discos y mil cosas más. En ese momento, sin embargo, debía tomar una de

La cuerda de la libertad

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  D espiertas faltándote la respiración, sudas frio. El flashazo de una inquietante sombra atada a una cruz en el piso te aturde. Te pide que lo desates. Escuchas el recuerdo vívido en la habitación. Aterrado, te yergues, tus manos te tiemblan, los vellos te erizan la piel sin reparar la realidad del sueño.  La luz de la lámpara en tu mesita de noche se enciende de pronto. En la orilla de tu cama tratas de calmarte, respirando concienzudamente, requieres de paciencia con una pizca de terquedad para aferrarte a salir de este estado. Esta noche avanza de forma brutal e inevitable y aunque sacas fuerzas de donde no las hay, algo se pudre desde el fondo. Su efecto trastoca tu cordura. Tienes miedo de él. No sabes cuánto más puedes continuar así. Orillándote al aislamiento.  Pasaste a ser un solitario con miedo a estar solo. Recurriste a un psicólogo, pero pronto te diste cuenta de lo insuficiente, sin embargo, algunas cartas que te pidió escribir para disculparte contigo mismo, por no sen