Cempasúchil


 “Un tallo nació de donde un botón surgió”

Una alfombra de colorido amarillo se extiende al frente, sobre aquel infinito donde puedo volar y buscarte en el paisaje floral. Tu aroma, nadie sabe a adónde corriste la tarde en que el temblor anunció mi llegada. ¿Subiste al monte para adornar tus cabellos? ¿Fuiste al río a embellecerte y estar presente? Los abuelos predijeron tu huida a la selva boscosa por la flor prohibida y así abrirnos camino al infinito.

I

Xochilt viste su atuendo de manta con la cenefa histórica bordada al ruedo de su falda. Detrás de ella se cierra el camino; se detiene frente una roca grande que custodian dos magueyes. 

Al estar delante del gran negro tezcalt una intensa luz brillante cubre a Xochilt cada vez que lo atraviesa mientras se interna en aquel lúgubre pasadizo. 

A la entrada, un cascabeleo de serpientes anuncia su llegada y le abren paso una jauría de naguales que con flotantes manos deformes la quieren agarrar; los perros la custodian incluso al final del laberinto humeante hasta alcanzar su valle y donde se aprecian todo tipo de flora y fauna. 

Las ondinas juguetean en el rocío de las flores mientras los aromas de la naturaleza corren con los animales allí congregados en un paisaje mayestático, que la espera.

Su esencia la ayuda a recolectar las flores necesarias para sus colores y medicinas no antes de mostrarle con pesar una pila de agua casi seca donde aún puede verse reflejada en botón. 

Xochilt retorna al monte, su chiquihuite va pleno de flores, lo carga con su rebozo a la espalda sujetándolo a su pecho, pareciera un pétalo llevado por el viento en su ágil retorno por el árido camino a su choza.

II

Ese martes trece, después de seis días de trueque, al atardecer el indio Huitzilin regresa del tianguis al haber terminado con las pinturas y medicinas que Xochilt, su amada, prepara para mercadearlas. 

En ese mismo día, más temprano, la bella Xochilt alcanzó a ver un ave bebe moribunda a la entrada de su choza, la colocó sobre su rebozo, la alimentó y agua fresca de su cántaro; se trataba de la esencia de las aves carroñeras, quien al sentir la ternura y delicadeza de Xóchilt la hizo su prisionera en el quiote del maguey más robusto frente la entrada del  tezcatl. 

Ella no pudo estar de regreso a su casa, las aves dejaron de cantar y la noche triste apresó a Xochitl.

Huitzilin, muy contento la busca en su hogar para mostrarle lo mucho que consiguió con sus colores, medicinas y ayates que entre ambos elaboran, sorprendido vio el chiquihuite con flores para trabajar, llamó a Xochilt y al no recibir respuesta, salió en su busca sin lograr encontrarla. 

Pasaban los días al enterarse de lo sucedido, decidió tejer un ayate de maguey recio, cuidando de su quiote. Durante el tejido, la malévola entidad destejía el trabajo, mientras Huitzilin descansaba. Viendo que no avanzaba, el enamorado decidió no dormir hasta terminarlo.

Para dificultar el camino al monte interponía arbustos de espinas, el camino hacia la roca prohibida se tornaba a cada paso infranqueable, hasta que cansado encendió una fogata y pidió a salamandras y chaneques su ayuda para alcanzar la gran entrada del peñasco donde cortaría los magueyes custodios y así terminar su ayate para liberar a su amada. 

El ente se encaprichó aún más, y en un arranque iracundo quebró el alma frágil de Xochilt, dejándola rodar en agonía cubriendo las faldas del monte, su última lágrima de hálito fue recogida por el viento, su amigo, para depositarla entre sus hermanas las flores, su semilla quedó y solo una nueva flor sobrevivió.

Huitzilin con pesar terminó y ante el humeante tezcatl la jauría un mensaje le entregó: llevar el ayate a las faldas del monte, y llenarlo de flores. 

Al comprender que no volvería a ver a Xochilt murió de dolor. Antes pidió a sus dioses el reencuentro

Los abuelos dicen que en el ayate la imagen de Xóchitl se pintó y cada noviembre Huitzilin se engalana de mariposa blanca para volar en busca de su amada, cuando se posa sobre el botón del cempasúchil ella abre sus pétalos en flor para recibir el beso de su amado. 


Autor: María Eugenia Márquez


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