La Llorona

   

        Escucho cómo sus pasos rompen el silencio de la noche. Un grito agudo y prolongado estalla en mis oídos. ¡Ay, mis hijos! Su voz me oprime el corazón. Sus largos cabellos ondean al viento, y una mueca de dolor le transforma el rostro. ¡Ay, mis hijos! Es una mujer muerta de miedo, víctima del terror y la inequidad de su época. Una vida de maltrato y abandono la acercó a la locura. Su voz retumba en todas partes y se ha hecho eco en las paredes del tiempo. Su grito ha viajado al presente, empujándonos hacia el laberinto, en la búsqueda angustiosa de nuestra identidad. ¡Ay, mis hijos! Su penetrante grito nos estremece. Tener en nuestras manos el cabo de un hilo extendido puede indicarnos el fin de la separación y de la soledad. Multipliquemos los hilos, que sean muchos, decenas, cientos, miles de hilos. ¡Ay, mis hijos! Aún con las ojeras hundidas de dolor, con el grito acompañándonos, ingresemos al laberinto, a eliminar al monstruo de la brutalidad. Hagámonos red, hagámonos tejido, en la profundidad de las ciudades, en el campo, en los baldíos, en las fosas clandestinas; con el hilo en las manos, continuemos la búsqueda de nuestros hijos. Con el hilo en nuestras manos, salgamos del horror, para que nunca más haya hijos perdidos.

Autor: Irma Ramírez

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