Nahualli

 Ocetolt acaricia el grillete. 

Recuerda cuando su madre, la sacerdotisa, le contaba que su nombre significa jaguar, por estar destinado a grandes sucesos: ser uno con la naturaleza.  

Sonríe al escuchar las pisadas aceleradas; los gritos de los marineros al intentar desahogar la proa, sabe que no lo lograrán. Lo lamenta por las ratas que corren y suben por sus piernas intentando huir del galeón; por las ovejas que balan mientras el mundo se inclina. 

Desde niño se convertía en liebre, teporingo o mofeta, para sentir la tierra, escuchar al viento, probar las hojas. Cuando se transformó en jaguar, entendió que como nahual le correspondía proteger a su gente. Su fama creció, venían desde Texcoco para solicitar su intercesión: lluvia, curaciones, profecías.

Aparecieron los malos sueños: la sensación de vacío, de algo que conmueve. Llegarían hombres diferentes, con brillo en su tlahuizis y chimallis; montados en venados sin astas; con casas que flotaban en el mar. Cuando en sus sueños el mar embravecido las desaparecía, sentía cómo el vacío se transformaba. 

Moctezuma lo mandó llamar. Ocetolt contempló sus ojos, solo a los tlatlacatecolos se les permitía cuando adivinaban. De inmediato, la mirada del emperador reveló que él también lo sabía: el imperio mexica no vería más lunas, se acercaba un nuevo ciclo. 

Al final de la reunión el emperador concluyó que el pueblo necesitaba esperanzas, así que encarceló a Ocetolt y demás adivinos.

Estuvo de acuerdo con su Señor, él no quería ser testigo de lo que vendría: hambre, enfermedades, sufrimientos. 

Sin embargo sobrevivió a la prisión y los españoles lo liberaron cuando la nueva era comenzó. Los sueños regresaron: aquellos en que el mar engullía a las casas flotantes; pero la sensación de vacío lo acompañaba de manera permanente al ver la situación de la gente que necesitaba proteger, al descubrir que la relación con la naturaleza se rompía. 

Ocetolt se retiró a Texcoco dispuesto a cuidar de su gente: atraía la lluvia en los momentos necesarios para evitar el hambre; ante la crueldad de algún amo el nahual, transformado en jaguar, cumplía con su deber.

Cuando el miedo venció a los españoles lo obligaron a bautizarse, tal vez el agua bendita podría exorcizar la magia. No fue así. Ante la crueldad de los de negro esa misma noche el nahual volvió a aparecer.

Zumarraga temió que muriera por su mano, así que lo sentenció a perpetuidad en una mazmorra de España.

Martín Ocetolt acaricia el grillete con tranquilidad, conecta con sus dioses, dialoga con ellos para asimilar su destino final: no lo salvó la condena impuesta por Moctezuma. No quiere ser testigo de la nueva era.

Acaricia el grillete, sonríe porque Zumarraga sabrá que en verdad castigó a un infiel. 

Sus dioses, quienes lo usaron de mensajero, le conceden regresar. 

El barco desaparece en el agua que lo rodea. La sensación de vacío al fin se colma. 


Autor: Carla Cejudo



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Zumbido en el vacío

Prioridades