Tiempo y Memoria

 



Tener un lugar para ir — es un hogar. Tener a alguien a quien amar — es una familia. Tener ambas — es una bendición. — 

Donna Hedges.


    Como cada año nos reunimos para la tradición anual, a otras familias les resulta raro, empero nuestro día es cuando ponemos el altar para los ancestros.


El ritual comienza al escuchar las pisadas de Ángela, la abuela, deslizándose con suavidad mientras los zapatos susurran con fuerza la invitación para colocar la ofrenda familiar. 


Sus brazos, que languidecen dentro del suéter que la protege del frío que se ha instalado en su cuerpo, sostienen la caja llena de fotos de todos aquellos que nos esperan.


Mientras comenzamos con el armado del tapete floral, reímos con las historias que les cuenta para ponerlos al tanto. Toma una fotografía, la mira con cariño y comienza el diálogo: ¿Te acuerdas que tu nieta estaba embarazada? Fueron gemelos, el parto fue algo difícil, pero se logró o ¡Uy tía! ¡lo feliz que estarías!, tu sobrina nieta por fin entendió y dejó al bueno para nada de su marido. Así todos nos enteramos de pequeños detalles que de otra manera pasarían inadvertidos. 


Sin embargo, lo que en verdad nos asombra es la plática con las ánimas (así nos gusta llamar a los que en ocasiones solo conocemos por fotos, aunque entre más crecemos más cercano resulta el apodo) 


En el ínterin que colocamos la ofrenda nuestra abuela los escucha y así se entera de todo aquello que nos dimos a la tarea de ocultarle, que si alguno abandonó la escuela, los nuevos tatuajes y el deseo de conocer pareja en las aplicaciones de moda.


Nuestra Tita Angelita solo mueve la cabeza en señal de desaprobación aunque la presunción de inocencia se insinúa en la sonrisa que nos dice “inténtalo, puede resultar”; “no te preocupes, a todos nos sucede, la escuela no es la única opción”.


Hijos, nueras, yernos y nietos guardamos silencio mientras la voz de ella rejuvenece al convivir con nuestros antepasados, en sigilo colocamos sal, agua, flores de cempasúchil, papel picado y pan de muerto; a fin de escuchar con claridad los consejos que nos transmiten, a través de la abuela, para ser felices. 


Después de cada reunión algunos toman decisiones importantes con respecto a sí mismos: cierto cambio de trabajo, la elección de carrera o el viaje postergado por años. 


Desconozco la razón, más este año me resulta especial, observo a mi tita y quiero abrazarla, llenarla de besos, acariciar su cabello cano; sé que le agradaría, porque soy su favorita, aunque ella sabe que me cuesta manifestar mis sentimientos y me respeta.


Mientras la observo con cariño, de la nada distingo con claridad a mi abuelo Paco a su lado; tiene una mano sobre su espalda y acaricia con suavidad la ligera curvatura que se ha formado en estos últimos años. “No puede ser”, parpadeo, y me pregunto si nadie más lo ve, porque una parte de mí creía que la tradición era para complacer a nuestra viejita.


Ángela voltea a verme con cariño y me entrega una foto, donde aparecen ellos bailando, mientras afirma —Parece que te han elegido a ti. Yo ya estoy cansada.


Los de aquí y los de allá, a quienes ahora distingo con claridad, nos miran con curiosidad. Ángela se sienta en el sillón, cierra los ojos y sonríe mientras el sueño eterno la acurruca para unirse al clan.


Los sollozos de los presentes me devuelven a la realidad. Coloco la foto en la ofrenda. Me vuelvo hacia la familia para asegurarles que nuestra abuela en este instante baila feliz con Paco.


Autor: Carla Cejudo



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