Juntos

 



“El primer amor no es

la primera pareja,

es el primer amor

y el único…”


Éramos dos jóvenes, una mujer que conocía, pero no ubiqué quién era. Hubo una fuerte sacudida y se apagaron las luces. Al restablecerse, descubrimos que el vagón del metro en que viajábamos era de menor tamaño y no tenía puertas ni ventanas: una cápsula metálica, intuí. No supimos explicarnos la situación, quedamos absortos. De una esquina se abrió la pared, como si hubiera una puerta, pero no la había. Salimos corriendo.

En el andén vació caminamos hacia la salida que estaba al fondo. Los otros vagones eran de tamaño normal: cuatro puertas, con sus ventanas intercaladas, los miré como si nunca lo hubiera hecho, porque también estaban vacíos. Un terrible terror comenzó a inquietarnos. Al salir parecía que nos encontráramos en una escuela: jóvenes sentados en escaleras y piso, otros de pie, platicando. Me vino la tonta idea de que allí podía hacer negocio de venta de comida, qué absurdo; pero así son los sueños, ¿no crees?

Me despertó un pánico que se apoderó de mi cuando intuí que estaban muertos. Antes de abrir los ojos y cerciorarme que me encontraba en mi cama, alcancé a visualizar unas escaleras anchas de cemento que subían, no se alcanzaba a ver más que una luz: quizás el contraste de las sombras con la luminosidad del día.

Desperté, pero no quise abrir los ojos, las cobijas tapaban mi cabeza y pensé lo peor: el corazón, ya sabes. Entonces el brinco de Mani sobre la cama ahuyentó la incertidumbre. Suspiré y, con los ojos cerrados aún, le acaricié la cabecita. Los golpes de su cola sobre la cama fueron el mejor bálsamo.

El día no llegaba, así que volví a dormir: el mismo sueño, ahora con Mani en mis brazos. Desperté sobresaltado luego de que se liberó y corrió por las escaleras. Solo alcancé a gritarle, me faltaron las fuerzas para correr tras ella. Tuve miedo, un mal presagio me detuvo.

Escuché ruidos y me levanté, sabía que eras tú. Escuché tus sollozos.

¿No vas a desayunar?, me quedaron ricos los huevitos. ¿Por qué lloras, te volvió la ciática o es otra cosa? Te pido que no sigas, por favor hazme caso. Si no te duele nada no entiendo por qué... ¿Me quieres decir? Está bien, no me hables. Le daré un paseo a Mani. Regreso.

El día está muy nublado, mejor me volví. Es increíble, por poco me pierdo…ahora lo sabes, ¿no es cierto?

Ya estás mejor, ¿verdad? Yo también estoy mejor, me siento como esos jóvenes que te platiqué, pero que tu ni me escuchaste. Ven, deja que te consuele. Ya pasó lo grave. Te quiero mucho, desde la primera vez que te vi, hace tantos años, ¿recuerdas cuando nuestros cuerpos podían pasar la noche entera abrazados?

No, no hables. Sé lo que dirás. La verdad no tiene caso. Salí con la sensación de que te había perdido, estaba seguro de que no volvería; pero algo me hizo regresar y mira, volví a encontrarte, porque eso fue nuestra vida, un encuentro permanente; a veces tu disentías, a veces yo, pero al final del día seguíamos de la mano. Ahora me adelanté, pero ya me alcanzaste. Quedémonos así: en silencio, juntos, por el resto de la eternidad.

Autor: Guillermo Torres


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