Coincidir

“Una Mirada de Amor Puro... Llega más al Corazón que cualquier Palabra”

 

I

Desde hace algunos días estoy aquí tras los matorrales, tengo miedo, no conozco a nadie y mi estómago hace ruidos.

Todo estaba muy bien, no sé qué sucedió. ¡Deveritas que no hice nada!

Éramos seis, mamá se quedó, no pudo venir conmigo, tampoco fue con mis hermanos. Creo que yo fui la última en verla.

Ayer tuve suerte pues encontré un poco de comida. Tengo temor de salir, a veces me acerco a saludar a los niños, pero luego sus papás me suelen golpear y eso me asusta, hoy no saldré.

Desde aquí puedo apreciar a un chico que lee un libro, está muy concentrado y eso llama mi atención, trae una gorra roja. Por momentos su mirada parece perdida, quiero salir a abrazarlo, pero no me atrevo, despide ese olor triste... como yo.

Las noches suelen ser muy frescas, como no hay gente merodeando, puedo ir a pasear. Me gusta recoger las galletas que dejan olvidadas en el arenero.

Pienso que estoy en un buen sitio, ¡mejor que donde estaba! el hombre de corbata me asustaba mucho, ¡nunca le hice nada! aun así, me conformaba con esperar la hora en que los niños llegaban a casa, abrían de golpe la puerta y me quitaban la cadena por un buen rato, jugábamos con una pelota, pero cuando él llegaba, la señora que olía a pastel colocaba nuevamente la cadena y suavemente decía: —Aquí te quedas, todo está bien. Me acariciaba. Fue ella quien me separó de Mamá, pero aun así le tenía confianza.

A veces me pregunto ¿dónde estarán mis hermanitos?, todos se fueron con familias diferentes, en algunas había niños (como en la mía), otros acompañaron a unos abuelitos, los abrazaban con mucho amor. 

Espero que no los hayan invitado a dar un paseo como a mí, porque desde aquel día que el señor de la corbata me subió a su carro y me olvido aquí, siento mucho miedo y extraño a los niños. Los vi en la mañana antes de que se fueran con la señora pastel, llevaban unos bultos en sus espaldas, cada mañana hacían lo mismo, pero cuando regresaban era divertido. 

El paseo fue largo, recuerdo lo que me dijo:

—Ahora iremos de paseo pequeña bestia, tu viajaras aquí, al decir eso me puso en un lugar obscuro de su auto, no veía nada, solo escuchaba muchos ruidos.

De repente, abrió la puerta, me tomó por el cuello y me lanzó.

Asustada y desorientada sin saber qué hacer, corrí a esconderme tras los matorrales. Vi que el auto se alejó.  Me dolió y aún duele. No sé qué es lo que me duele, pero hace que me sienta triste...y mal.

Caminaré un poco ¡Qué bien! encontré un trozo de pan… tiene algo pegajoso pero muy delicioso, sabe a la leche que me ofrecía mamá. Después del recorrido por el parque estoy cansada, creo que aquí será un buen lugar para dormir, es un rincón caliente, las hojas secas se sienten bien.

II

¡Amanece muy rápido! el agua que lanzan las cosas que giran sobre la hierba me despertó.

Corro a esconderme tras los matorrales.

Mi estómago vuelve a hacer ruidos, por más que lo abrazo no calla. 

¡Ah que suerte! El chico ha vuelto, esta vez saldré a saludarlo.

Sigilosamente, me acerco, porta una sudadera negra esta vez, siento confianza y le saludo. Huele a dulce esta vez.

—Hola pequeño, dice mientras me acaricia la cabeza suavemente.

¡¿Pequeño?! ¿Tan mal me veo que no se da cuenta que no soy niño? pienso mientras nuestras miradas se cruzan experimentando una agradable sensación.

Saca un envoltorio de su bolsillo y me regala un trozo de galleta, ¡está delicioso !

Sin decir nada, el chico comienza a correr, corre y trota, trota y corre. Me uno a él y de reojo sonriendo me dice: Vamos pequeño corramos, que la tristeza no nos alcance.

Corremos un par de vueltas más. De repente se detiene, pone sus manos en las rodillas y comienza a llorar. Su olor cambia, está triste de nuevo.

Me acerco cálidamente y me acurruco entre sus brazos. Me abraza muy  fuerte, tan fuerte que puedo escuchar su corazón. Nuevamente nos miramos, veo la tristeza en sus ojos.

El abrazo dura unos minutos, suspira profundamente y exclama:

—¡Me has hecho sentir mejor! gracias, amiguito. 

Al decir esto me acaricia la cabeza y se va, yo me quedo ahí sentada sin saber cómo reaccionar, siento mis orejas pesadas como si se fueran a desprender.

La noche cae nuevamente, esta vez la suerte no me sonrió, solo comí la galleta que me dio el chico.

De repente, una luz me ciega, es una linterna, alguien la apunta hacia mí. Tengo miedo, pero debo defenderme.

III

Unas manos aparecen entre los matorrales, entre más se acercan yo retrocedo, pequeños gruñidos escapan de mí, pero sigo sintiendo temor.

—Tranquilo muchacho, vengo por ti…

¡Reconozco la voz, es el chico de la galleta!

Al oírlo, salgo de mi escondite y le doy unos grandes besos en la cara, al parecer le agradan pues sonríe. Me carga en lo alto y dice:

—¡Oh, eres una linda perrita!  ¿Qué te parece si te nombro, mmm…. Kiara, si Kiara… y vienes a casa conmigo?

Ante esa propuesta, no tengo otra opción, más que aceptar con un gran lengüetazo.

—A Yesi le agradaban los cachorros, le hubiese encantado conocerte, dice mientras su mirada se pone triste de nuevo.

Me sube a un auto, esta vez no está oscuro y voy cerca de él mientras recorremos el camino, asomo la cabeza por la ventana y mi lengua se quiere escapar, ¡me siento genial! Al cabo de muchas mordidas al aire por fin llegamos.

—¡Este será tu hogar! —exclama mientras me sostiene en un brazo y cierra la portezuela del auto.

Abre la puerta de la casa, de repente me pica la nariz, huele como olía la señora pastel, es un olor muy cálido, mi cola comienza a girar sin control, ¡Siento mucha emoción! tanta que quiero hacer pipí, pero no creo que sea la mejor idea ¿o sí?

Al entrar, me muestra la foto de una chica y detecto ese olor que despide cuando sus ojos se llenan de agua. Le suelto un gran lengüetazo en la mejilla, pero ¡creo que esta vez no le gusto! pues me lleva a otro lugar de la casa y me sienta en lo alto de algo que parece una piedra y así sin decirme nada me moja la cabeza, mi corazón comienza a latir muy fuerte, quiero saltar, pero me sostiene con fuerza.

—Te pondré un poco de este champú en lo que compramos algo que sea para perritos —me dice mientras pone algo viscoso en mi pelo y comienza a frotar suavemente. De pronto me veo envuelta en una espuma que sabe a… es el sabor que tenían los calcetines del hombre de la corbata. Me levanta y yo encojo las patas, ¡ya no quiero agua! pero parece no importarle pues comienza a reír. Después toma mi cara enjabonada entre sus manos, me mira fijamente y dice:

—Kiara, creo que seremos grandes amigos, al escucharlo me sacudo con fuerza y la espuma sale volando, pero, él sigue riendo.

Esta noche encontré a un humano que me ha salvado ¿o yo lo salvé? ¡No importa, es grandioso coincidir!


Betty Solís


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