Fin de un amor

 


La vecindad desnuda de color y ornamentos ostenta su pobreza con botellas y bolsas de basura que los vecinos arrojan sin disimulo; con puertas de madera carcomidas por el inmisericorde paso de los años; con sus pisos de variado cemento; las latas cercenadas que hacen de macetas. Hoy, por respeto, los tendederos lucen vacíos alrededor del cajón de madera para el cuerpo de Manuel.

Los cuchicheos cuentan la historia: lo encontraron tirado al lado de la moto, con todo y contenedor en la espalda… Al menos la pobre mujer no tendrá que pagar el resto de las letras… Parece una burla, primero el hijo y ahora este güey…

Lo cercanos se sorprenden por su indiferencia. Desde el inicio del velorio Areli se sentó lejos del ataúd. Atenta en solitario a las puntas raspadas de sus zapatos. Levanta la vista para recibir el pésame sin responder a los elogios que hacen del que fuera su pareja en los últimos veinte años. Habían evidenciado su amor: se les veía tomados de la mano y así los recuerdan en la despedida de su bebé: compungidos, pero unidos.

La suerte se ensañó con ella: su pecho perdió la leche después que le detectaron aquella enfermedad tan rara. Intentaron sustituirla por leche de la conasupo. A pesar de aquellas peripecias, no perdieron la esperanza de que el bebé cambiara su suerte; bromeando sobre la torta del niño debajo del brazo. A su partida, ella pensó que ese pequeño ser no había querido acompañar su miseria. Sin gritos, ni reclamos ─con las manos entrelazadas─ aceptaron su partida. Se acompañaron y aceptaron su deceso.

El deterioro de Areli es evidente: rostro cadavérico; piel ceniza, ojeras, manos y pies helados y una respiración fatigosa que acompaña su figura simple. Le miran. Solo ella sabe lo que le impide desmoronarse.

Justo antes del nacimiento del niño, Manuel perdió el trabajo, que sin ser gran cosa al menos aseguraba el alimento. De tiempos mejores conservaron un mueble con llave, único lujo del que él no prescindió: le gustaba llegar, colocar su contenedor sobre él, quitarse la prenda de abrigo y guardarla en el cajón.

A solas abría la puerta, sacaba algunas fotos para contemplar. Areli respetaba ese rito esencial para sonreír cuando pasara al otro cuarto, donde ella lo aguardara sentada en la cama. La besase en la frente y le ofreciera el alimento del día.

Lo escuchara con agrado: "las propinas no fueron buenas; pero mira, alcancé a comprar esto, mañana será mejor". Areli con cariño, le acariciara la mano y afirmara: "Si, verás que algún cliente amable te sorprenderá".

Cuando le entregaron el cuerpo y las pertenencias del hombre, de inmediato se percató de la llave con el cordel que traía atada al cuello y nunca soltase. Necesitaba palparla, tenerla cerca, quizá también colgarla y mirar las fotos para recordar en tanto que lo alcanza.

Así que hoy, mientras los vecinos se sientan a su lado, le acarician la espalda, cuchichean sus temores sobre el futuro de esta mujer enferma. Ella sujeta la llave, la aprieta con fuerza, no importa el dolor que le causa o si el cifrado lastima su palma hasta hacerla sangrar.

Cuando Areli regresó del SEMEFO, pretendió organizar el velorio; los vecinos que conocían su situación ya habían preparado el cajón de madera, dispuesto las sillas y la coperacha para que esa noche no faltará ni bolillo, ni café.

La viuda pensó que sería un buen detalle colocar alguna foto al lado del cajón. Así que abrió el mueble, sacó algunas y notó un doble fondo. Se conmovió al pensar en los recuerdos que encontraría. Metió la mano y sacó un primer frasco de muchos escondidos con la fecha anotada, llenos de monedas de diez pesos.

La incredulidad se apoderó de ella, fue leyendo las fechas, pensó en lo meticuloso que era su marido, el último frasco que retiró tenía una fecha tan anterior al nacimiento del bebé… Lo recuerda sentado, justo al lado de ese mueble, atusándose el cabello, angustiado por el llanto del niño… mientras ella intenta alimentarlo.

No llora. Así como la enfermedad secó su pecho, estos frascos agotaron su amor.

Carla Cejudo


Comentarios

  1. Quizá valga, para ampliar y precisar la cociencia del contexto, dar un vistazo a las instituciones, costumbres y otros dispositivos sociales que empujan a la conjugación de la miseria económica con la miseria moral en los personajes del cuento.

    Me parece que una parte muy importante es la nota periodística que precede al clic de acceso. Lo entiendo como sugerencia sugerencia de revisar los "trabajos" que genera la modernidad actual con toda la ostentación de "avances tecnológicos" que se divulgan.

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