Visita Hospitalaria

 


Estar en un hospital, es encontrarse solitario en aquel paraje, donde ves pasar a seres desencajados y sonámbulos, quienes te miran ausentes con sus facciones deformadas por el dolor infrahumano que les aqueja, y los obliga a permanecer en aquellas salas frías e inhóspitas.

Algunos están postrados en la cama por donde otros han pasado, ya no alcanzan a quejarse por falta de fuerzas en su ánimo. Otros, deambulan por la noche arrastrando los pies, jalando su pesada carga de pendientes no resueltos en aquel tripié, donde cuelga el suero. ¡Verdaderamente es el limbo! El limbo de la biblia.

Es aquí donde te enfrentas al escalofriante pánico más oculto de tu ser: ver de cerca la muerte.

Uriel nació en un domingo, se sentía muy a gusto en el útero de Enriqueta y se resistía a ver la luz, al escuchar la voz de su mamá llamándolo a sus brazos, decidió salir vacilante a la luz de la luna para ver y escudriñar el mundo.

La ignorancia de su mamá al manipular la perilla para sacarle sus flemas en momentos después de su nacimiento, le provocaron al año, una bronquitis asmática. El pediatra le había informado: esperar a que se le calcificaran o bien su propio organismo las disolviera. Entrados sus ocho años, dejó de padecer aquellas crisis que le hacían padecer un calvario, fueron momentos muy críticos para Uriel porque ante el cambio climático brusco él sufría. Al leve esfuerzo tenía que pararse y encogerse para poder respirar, su ropa se humedecía por la dificultad que le provocaba tener que jalar aire y su pecho terminaba con un silbido. Cada vez al inhalar, instantes de angustia y desesperación fueron para el pequeño y su madre al verlo abrir muy grandes sus ojos para poder respirar.

 

Ha disfrutado de su niñez, todas las mañanas solía pasear con su abuelo por la vereda de los pirules y alcanfores. Ahora ya no le afecta el cambio de clima. Hoy solo enfrenta un resfriado.

Estar en la sala infantil del hospital, es valorizar la sabia ingenuidad y aquella cándida algarabía con que enfrentan su duelo niños y jovencitos, ante la imposibilidad de tener salud para vivir a plenitud.

Su juego es la vida, donde se desenvuelven con integridad firme; su postura es fuerte ante la enfermedad crónica, su compañera del juego, a la cual hacen frente y desafían a ganarle como los superhéroes de sus fantasías: sin perder de vista la ventajosa realidad de esta.

Conocen bien su casa hospitalaria, y aunque las salas son inhóspitas, ellos las hacen gratas. Viven de manera permanente, han aprendido la solidaridad en su duelo y lloran en secreto. Cuando están tristes, no quieren hablar con nadie y muestran su parte sensible al estar de mal humor cuando sus visitantes les dicen: échale ganas y entonces aprenden del amor presente y es así, como se ayudan entre todos los que llegan y se van a continuar con tan dolorosos tratamientos.

Entretejen sus vidas con los que permanecen largos periodos como huéspedes, forman familia olvidándose de sus padecimientos, viven y se impulsan por inventar nuevos juegos momento a momento en su día a día. No sueñan en un mañana.

Son los mismos niños quienes hacen reír a enfermeras y doctores cuando estos desfallecen; al leer expedientes sin esperanzas a una cura, y que saben ver en sus ojos. Ya, bien sea con su inocente sonrisa o alguna ocurrencia con su gracia natural. Así es como el mismo personal médico gusta de compartir con ellos juegos y dinámicas lúdicas, regalándose mutuamente momentos dichosos de alegría, compañía y fortaleza; quizá para alguno su última risa.

Ante sus padres, estos niños son resilientes, aprenden de gozar en familia a plenitud sin temores y libremente sin percatarse del riesgo en que se encuentran. Es en este momento, frente a su cama que le observo y la fiebre no cede, temo por una convulsión, empieza a delirar, habla con sus padres; la enfermera le quita la bata y recoge la sabana para descubrirlo para que la fiebre baje; sus riñones pueden colapsar por la fiebre tan alta y quizá complicar más su salud.

A tiempo el director del servicio de Urgencias y UCI lee su resumen médico, explica a su mamá que la situación no es de cuidado, habrá que esperar los estudios.

Queta, no quiere comprender lo grave de la situación, lo anima muy a su manera; flojo ya te consentí, ahora ya cúrate, te estas atrasando en la escuela y luego tengo que poner mi cara con tus maestros, además tengo cosas importantes por hacer y estar aquí no me ayuda, metete a bañar con agua fría para que ya te baje la fiebre y nos vayamos ya a casa.

Uriel es su único hijo, cumple años el siguiente domingo. Tuvo una semana con dolor de garganta, empezó con dolor en el pecho y espalda, no se percataron de la fiebre, hasta que su mamá observo su respiración y lo llevó a consulta. Lo internaron por la fiebre alta.

Años atrás padeció anemia severa a consecuencia de una enfermedad que nunca pudieron especificar. Tuvo mucha fiebre y tres convulsiones y aquel doctor, le comentó que había que ser muy cuidadoso con cualquier fiebre alta. Ha transcurrido el tiempo y creyó que estaba fuera de cualquier peligro, pero ahora, no es el mismo caso. Se compondrá para el domingo...

Es sábado, amaneció nublado, el ambiente se siente triste y se respira diferente. Hay algo que no se puede explicar, la gente camina con calma, como en cámara lenta Uriel tuvo mala noche, está muy ojeroso y pálido, con la boca seca, sus ojos están llorosos y su mirada semi-ausente, parece contento y dice riendo: no se preocupen ya por mí, mamita (su abuela) me cuida, y papá está a mi lado, váyanse a descansar. Regresen temprano por mí que ya estaré bien para irnos a casa y comer todo mi pastel. Dirigiéndose a su mamá, dice; Traes mi sudadera, el pantalón de mi regalo y las botas, dejas preparada mi comida favorita, el pastel y arreglas la casa porque ya invité a mis amiguitos y doctores y enfermeras a comer pastel.

Su mamá se enojó por esa decisión, pero se contuvo y no se dijo nada. En ese momento, llamó el médico para informar el diagnóstico.

El niño, y dirigiéndose a Queta, se está muriendo a causa de una metástasis de cáncer en pulmón. Continuó; sugiero algunos cuidados y alternativas para darle calidad de vida mientras llega el momento.

Enriqueta no termina de escucharlo y sale para expresar su enfado ante el personal médico, una enfermera quiso calmarla, pero la rechazó. Con trabajo social desahoga el enfado que la embarga al no poder comprender su situación: Los profesionales le dieron un vaso de agua con algún calmante. Le sugirieron descansar un rato y regresar mas tarde para llevarlo a casa. Enriqueta acepto y desde lejos le indicó a Uriel, con señas regresar en un rato. Se le vio tranquilo y contento.

De pronto, solicitaron de manera urgente la presencia de Enriqueta en la sala donde se encontraba Uriel. Uriel había convulsionado y estaba en la sala de UCI esperando su recuperación, había que esperar. Queta decidió irse a casa a hacer lo que Uriel le había pedido. En el camino le informaron que hubo que entubarlo porque volvió a convulsionar; seguiría en UCI hasta su recuperación, Queta estaba en esa cámara lenta no dijo nada, estaba ausente, debía descansar al llegar a su casa, atinó a bañarse y parecía otra persona. Con esa energía de madre amorosa se puso a arreglar su casa, dispuesta a festejar a su hijo con la certeza de que no estaba muriendo. Al amanecer estaba por ir con Uriel cuando recibió la llamada del hospital anunciando el deceso. Se quito el abrigo y se sentó frente al pastel: ya iba vestida de luto a colocar sus doce velitas y encenderlas para esperar a que se consumieran y levantándose se volvió a colocar el abrigo para pedir ir por Uriel. Durante el camino al hospital no menciono palabra. Hizo los tramites respectivos con toda compostura, trabajo social la acompaño y todo transcurrió como Uriel lo pidió.

Uriel vino a mi vida un domingo en la madrugada y en un domingo de madrugada se fue de mi lado, ahora lo entiendo, el bien lo sabía cuando me dijo que su abuela y su papá a quienes tanto quiso estaban con él en aquella tarde, ahora ya están juntos de nuevo, lo supe cuando regresé a firmar los documentos. Sentí que mi corazón se iba con él porque estaba yo firmando su muerte.

Pasado un tiempo de no ver a Enriqueta. Cierto día me confesó esta historia, al salir de su servicio como voluntaria tanatóloga en el Hospital con los niños. Y es así, como ahora, recuerda a su hijo en cada pequeño de esta sala.


Maru Márquez


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