CARTA AL SILENCIO

 


Antes que nada, me gustaría preguntarte ¿sabes lo que ha dañado nuestra relación a lo largo del tiempo? Pienso en cuánto representa esto y sonrío ante la ironía de la situación, te conozco desde el día que abrí mis ojos a la vida.

En la práctica, la respuesta se puede resumir como a ti te gusta: sin palabras. Los hechos son los que hablan. Estoy de acuerdo con la afirmación; sin embargo, la has llevado al extremo.

¿Recuerdas cómo me gustaba sentarme junto a ti a ver las caricaturas? Sentía algo cálido en mi corazón cuando volteabas a verme y sonreías al escuchar risas ante los absurdos del coyote; entonces, con mis seis años lanzaba la pregunta ¿me quieres? Como respuesta escuchaba al silencio. ¿Sabes? Hubo días de muchas lágrimas hasta conformarme con la idea de que en la sonrisa estaba escondida la respuesta.

Una de mis añoranzas es cuando, sentados en la mesa del comedor, abríamos nuestros respectivos libros para estudiar; tú cursabas aquel diplomado con el que sellaste un futuro prometedor; yo, la primaria. Con precisión verificabas las operaciones; sonreías ante los dibujos que adornaban las narraciones. Quería ser como tú, por eso inquiría ¿verdad que soy inteligente?  No encontré conformidad ante tu mudez, así que me torné insegura; aunque pretendí que, en tus gestos de aprobación ante el trabajo realizado, estaba la respuesta.

Crecí dudosa de mi valía. Ahora sé que la figura paterna es fundamental para la autoestima y que influye en la elección de pareja. Cuando cuestioné a la tuya, mi madre, ¿podrías creer que aún hoy después de tantos años cierro los ojos y recreo en mi mente su voz?: “así es él, no lo vamos a cambiar. A mí me pasa lo mismo, no me siento segura de su amor; pero cuando veo cómo se porta con nosotros, pienso ¿para qué quieres alguien que diga que nos quiere mucho, pero nos traté mal?”

Después de mucho disertar, mi mamá llegó a una conclusión: “¿Sabes que te aconsejo? Cuando decidas estar con alguien, quedarte con esa persona, procura dos cosas: la primera, que él te quiera un poquito más que tú a él, en tu interior lo sabrás; lo segundo, que sea capaz de expresarlo”.

En ese momento comprendí que las palabras si importan, a ella, a esa adulta que era mi madre, también le hacían falta.

Con los años descubrí que el silencio también es agresión y violencia. Retirar la palabra ante lo que consideras un mal comportamiento. No sabes lo duro de esos días en que callabas y de pronto despertabas y volvíamos a escuchar tu voz. ¿Entonces cómo mejorar? Era vivir en la incertidumbre entre lo bueno y lo malo. Sin tener a quien recurrir para que lo explique.

Mas adelante me convencí de que era por amor ─ahí está otra vez la palabrita─. Viajar y que sólo tú conocieras el destino o las decisiones que tomabas sin avisar a nadie. Recuerdo cómo afirmabas: “tiene que ser así, es la mejor decisión”. Si la situación se tornaba más difícil, el argumento infalible era “porque lo digo yo y así será”. Indispensable para zanjar cualquier discusión. Sabíamos que no volverías a hablar y, en efecto, teníamos que aprender a hacer de cada situación la mejor decisión, sin apoyo emocional.

No es posible desandar el camino. Durante mucho tiempo mis compañeros fueron lágrimas, inseguridad, mutismo, enojo, frustración.

Es difícil marcar el acontecimiento que me cambió, eso solo sucede en películas y libros. Creo que fue el cúmulo de ellos y, con seguridad, la fuerza interna para buscar respuestas. Fue así como me topé con que las palabras sanan y comencé a darme cuenta de que era más parecida a ti de lo que yo creía.

Descubrí que, aunque era capaz de hablar no lograba expresar lo que bullía en mi interior. Mis explosiones me rebasaban. Solía alejar mi mente en situaciones estresantes. Solo con muchas horas de, ─¿adivinas?─: hablar, sacar los sentimientos, exponer lo que tú llamas sensiblerías, acariciar mi interior… Logré, ahora sí, evadir el silencio.

Por supuesto, sé que no lo hiciste a propósito; a ti tampoco te enseñaron cómo amar. Me gustaría pensar que hoy entiendes que ese diálogo afónico impidió que nuestra relación fuera mejor. Sé que no es así, el principio de la redención es saber que se tiene un problema, que se sufrió un maltrato y, cuando duele tanto, se opta por no sentir: vivir en el silencio.

Pero sabes, siempre hay tiempo. 



Carla Cejudo


Comentarios

  1. Es importante el pensamiento, como en este cuento, escrito con trozos de silencio.

    Estimada CCC, me parece que al igual que con los "mensajes del alma" (o si quieres, "del espíritu"); los hacemos de varios tipos, como los que se mencionan acompañados de sonrisas e ilusiones que esperamos compartidas, y otros que se acompañan de imprecaciones, actitudes y disposiciones que en ocasiones logramos encontrar dañinos.

    Y seguramente lo más importante, como en mi caso, es el esfuerzo de dar forma creativa al vacío, esperemos reconocer, y en su caso poder replantear para corregir, los resultados.

    Van también abrazos, besos y sonrisas :-)

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  2. Hola Manuel, primero que nada, van de regreso abrazos, besos y sonrisas.
    Estoy de acuerdo con la replantarse la realidad vivida para corregir desde la propia perspectiva, fue un poco la idea del cuento, revisar para tomar decisiones propias.
    Saludos.
    Carla Cejudo

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