La cuerda de la libertad

 


Despiertas faltándote la respiración, sudas frio. El flashazo de una inquietante sombra atada a una cruz en el piso te aturde. Te pide que lo desates. Escuchas el recuerdo vívido en la habitación. Aterrado, te yergues, tus manos te tiemblan, los vellos te erizan la piel sin reparar la realidad del sueño.  La luz de la lámpara en tu mesita de noche se enciende de pronto. En la orilla de tu cama tratas de calmarte, respirando concienzudamente, requieres de paciencia con una pizca de terquedad para aferrarte a salir de este estado. Esta noche avanza de forma brutal e inevitable y aunque sacas fuerzas de donde no las hay, algo se pudre desde el fondo. Su efecto trastoca tu cordura. Tienes miedo de él. No sabes cuánto más puedes continuar así.

Orillándote al aislamiento.  Pasaste a ser un solitario con miedo a estar solo. Recurriste a un psicólogo, pero pronto te diste cuenta de lo insuficiente, sin embargo, algunas cartas que te pidió escribir para disculparte contigo mismo, por no sentirte suficiente, te aligeraron.

Recordaste una plática de pequeño con tu madre. Ella conocía bien tus pesadillas y aquellos cotidianos terrores nocturnos.  La cura que te ofreció fue, no tener miedo, ella te cuidaría, solo debías darte cuenta de tus acciones y siendo obediente no habría nada que pudiera asustarte. Desde entonces tu corazón deseó ser muy bueno, propagando una serie de experiencias en tu vida, que nadie te creería. El acoso del diablo en persona comenzó aquí. Los susurros espeluznantes en la obscuridad te torturan para someterte, acorralándote en la desesperación. En sueños lo puedes ver con claridad, te pide que te mates.

Te levantas de la cama, lavas tu cara. Reaccionas aterrado ante lo evidente, el arco puntiagudo de tus cejas es sobrenatural. La piel rubescente solo te indica que no hay vuelta atrás. Aquel rostro consumido frente al espejo te implora acabar con la tortura.

Elucubrando de forma trastornada te descubres en un puente peatonal, tus manos ateridas al barandal es lo único que te separa de tu liberación. Al mirar abajo una fuerza te incita, las fauces de un monstruo que busca engullirte saborean el preámbulo. Expeles miedo por cada poro de tu ser. Convencido, empujas tu horror hacia delante. Sin saber que una mano firme te detendría. ¿Qué haces?... Aun no es tu momento. Cuando volteas, estás solo. Ese día al llegar a tu casa te topas con una respuesta. Un obsequio de tu madre. La guitarra es el inicio de otra etapa de tu vida. ¿Quién diría que una guitarra acallaría las voces? Ahora solo sientes que te falta un maestro.

Isis Mendoza


Comentarios

  1. Es posible que deba leer con mayor atención el texto.

    La voz parece estar o vivir en un mundo doméstico, cerrado, de cosas y con quien le dió vida. Y da el salto del solipsismo a un mundo habitado o regido por seres con fuerzas extrañas.

    ¿Fantasmas en el puente? ¿Puente de fantasmas? ¿Algo que no he podido imaginar, entender o ver en la narración?

    También podría tratarse de un "caso" de afectación psicológica, pero no parece que haya podido seguir el cuento como la cuentista lo ha escrito.

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    1. Hola Manuel, la autora comenta al respecto que la voz que oye el personaje siempre es la propia voz interna. No sé si esto responda a tus inquietudes. Saludos y siempre, se agradecen tus comentarios. Un abrazo fuerte.

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