GÉNESIS
El
mirarme en tus ojos
ha
sido el mejor de los sueños.
Beatty Solís
─Mamá,
¿me peinas por favor?, ─dijo la pequeña mientras estabas recostada, de
inmediato te levantaste un poco aturdida, pero hiciste lo que una madre debe
hacer.
La
niña de cabellos castaños te sonreía mientras te entregaba un cepillo rosa. La
cabellera larga parecía reflejar el rayo de sol que se colaba por la ventana.
Acariciaste
aquella cascada, la peinaste entre tus dedos, palpaste la sedosidad. La inercia
te indicó que las coletas serían la mejor opción; enrulaste aquellos manojos y
adornaste con listones blancos que la pequeña te ofreció.
─Ahora
el vestido mami, ─dijo sonriente con su vocecita infantil, mientras tomaba tus
manos en señal de complicidad.
Un
vestido de tirantes color buganvilia con un suéter de acrilán blanco por
debajo. Ella era hermosa, tenía tus hoyuelos en la sonrisa y unos ojos color
miel a la par de su cabello.
Te
sentías feliz al contemplarla, encontraste un poco de tu rostro en ella, era
una comunión de complicidad y amor filial.
La
tomaste entre tus brazos y las lágrimas rodaron dentro de tu corazón, ese
corazón que golpeaba de felicidad al sentir el palpitar de su pecho junto al
tuyo.
Por
un momento sostuviste su carita en tus manos, cálidamente besó tu frente y te
dijo dulcemente al oído: Gracias por ser mi Mamá, te esperaré, mientras
con un tierno abrazo dejaba su estela de inocencia como perfume en tu piel.
Al
paso de unos minutos, tus ojos estaban mojados, un sentimiento de pérdida
invadió tu ser; de pronto, irrumpen en la habitación y escuchas:
─Señora,
voy a revisar su toalla, ─te dice la mujer de blanco, mientras descubre tu
cuerpo retirando la sábana fría para hurgar entre tus piernas.
─!Al
fin dilató!, ─dijo entusiasta─, enseguida la pasaremos al quirófano, haremos el
legrado y pronto volverá a casa con sus pequeños. Notificaré al ginecólogo, ─concluyó
mientras cubría la vida que se escapaba de tus entrañas.
En
tanto, tus manos se aferran al vientre, lo abrazas llorando desde tus ojos
hasta tu vagina en duelo, sientes los pedazos de tu corazón a través de los coágulos
de un embarazo perdido, mutilado por "no sabes qué".
Cuatro
meses habitó en ti la niña de los cabellos castaños, ojos de miel, que visitó
tus delirios en los que te esperará por siempre. La pequeña que dejó su huella
en la sábana blanca...
Sabes
que no habrá una tercera, el reloj de tu cuerpo continúa, pero el recuerdo de
aquel rostro te permitirá la sonrisa.
Para mí pequeña Génesis que tuvo un final antes que un principio
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