Solo tus ojos


Diego Galicia

 

Marcus se despertó a mitad de la noche. No estaba consciente de la hora, pero sabía que era tarde por el frío que se apoderó de él al quitarse las cobijas. Se incorporó como pudo, sentándose en un extremo de la cama. Extendió la mano derecha para alcanzar el pequeño interruptor, lo que hizo que el foco sobre su cabeza iluminara la habitación. Mientras sus pupilas se acostumbraban al repentino cambio de luz, le pareció ver una silueta reflejada en una pared del cuarto, donde colgaba la vieja pintura obsequiada por su madre cuando se mudó. Rápidamente cerró los ojos y segundos después, cuando se armó de valor para abrirlos, se encontró con solo una pared y una pintura en el centro. De inmediato pensó en su paranoia.

Sintió reseca la garganta. Luego se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Recorrió el largo pasillo y cuando estaba a unos cuantos pasos de llegar, la luz de la habitación a sus espaldas se apagó, sumergiéndose en una oscuridad total. No le dio mayor importancia al asunto y un poco desconcertado logró llegar a tientas hasta la cocina. Después regresó a su habitación. Aún no se había acostado cuando se oyó un golpeteo en el pasillo, seguido de objetos cayendo al piso.

Marcus estaba seguro de que era el odioso gato del vecino que se había escabullido por la ventana del comedor, causando estragos en el departamento. Intentó ignorar los ruidos y conciliar el sueño, pero cuando estaba a punto de lograrlo, un estrepitoso sonido proveniente de la cocina lo alertó. A regañadientes salió de nuevo con la intención de matar al estúpido gato. Cuando llegó a la cocina, vio copas rotas. Molesto, buscó al gato, pero tras una rápida aunque minuciosa búsqueda, se percató de que no estaba en ninguna parte. La ventana del comedor estaba completamente cerrada.

Al momento de levantar la vista, después de recoger los cristales, algo al final del pasillo llamó su atención: era la silueta de un hombre y, aunque no distinguía más que el contorno, supo que algo andaba mal. No solo era el hecho de que alguien hubiera irrumpido en su casa, que ya era mucho. No, había algo más, algo que no lograba descifrar aún.

La silueta se fue acercando con pasos lentos pero constantes —¡Alto ahí! ¿Quién es usted y qué hace en mi casa?, gritó Marcus. El hombre, sordo a sus palabras, continuó acercándose. 

No fue hasta que, a tres metros, la luz de la cocina dejó al descubierto el rostro del intruso. En ese momento Marcus no pudo evitar un grito: aquel hombre era idéntico a él. Tenía los mismos rasgos faciales, el mismo color de cabello e incluso vestía exactamente igual que él: un pijama verde. Era perturbadoramente idéntico, excepto por un detalle: no tenía pupilas. 

Marcus comenzó a asustarse y a retroceder. Su copia lo veía desde la oscuridad. Aunque no tenía pupilas, sabía que era así. En su aturdimiento, no se percató del momento en que aquel aterrador hombre se abalanzó sobre él, lo arrojó al piso y Marcus se golpeó en la cabeza. De inmediato sintió cómo la sangre escurría de su cráneo. La vista se le nubló, hasta que solo veía manchas negras y sin más, quedó inconsciente.

2

Cuando Marcus abrió los ojos, distinguió puntos luminosos moverse sobre él. Luces en el techo. Estaba aturdido por el golpe. Segundos después se percató de una presión gélida, como de pinza, en su tobillo izquierdo, seguido de una sensación de fricción en la espalda. Marcus se dio cuenta de lo que pasaba: su copia, de espaldas a él, lo arrastraba sin ninguna dificultad, como si sus setenta kilos no fueran nada.

Intentó gritar con todas sus fuerzas, pero ningún sonido salía de su boca. Fue entonces que sintió un dolor punzante en los labios, anulando cualquier posibilidad de sonido. Jadeó un poco y descubrió las puntadas de hilo que unían sus labios.

Entró en pánico, pero su instinto escaneaba todo a su alrededor, buscando alguna esperanza, algo para defenderse o para escapar. Fue entonces cuando identificó la puerta del pasillo, a unos veinte metros en dirección opuesta a donde lo arrastraban.

Con la pierna libre pateó con todas sus fuerzas a aquel ser y tras varios intentos logró soltarse. Se puso de pie, dispuesto a correr; pero antes de que pudiera dar siquiera un paso, lo tomó de un brazo, lo giró hacia él y teniéndolo cara a cara lo tomó con ambas manos por el cuello, acto seguido lo levantó por los aires con una fuerza sobrehumana. Justo cuando sentía desvanecerse por la falta de oxígeno lo dejó caer. Marcus desesperado, tomaba bocanadas de aire y tosía con desesperanza.

Cuando se recuperó, desde el suelo dirigió una mirada de súplica y miedo a esas pequeñas esferas completamente blancas que su réplica tenía a modo de ojos, pero a cambio recibió una tétrica sonrisa, llena de sorna. Nuevamente lo arrastró, ahora por el cabello, hacia el final del pasillo.

3

Nada era posible. Intentó moverse: pero ahora tenía pies y manos amarrados con una cinta. Su boca seguía cosida, los ojos vendados y sentía mucho frío, un frío interno que se confundía con el externo. Aquel lugar parecía un congelador.

Una sensación de impotencia y desesperación se apoderó de él. La exasperante inmovilidad dio paso a su impotencia. Su respiración, cada vez más acelerada, agigantaba los latidos de su corazón. De pronto, se sobresaltó al sentir una mano que lo tocaba. Una voz semejante a la suya rompía el silencio —Tranquilo, esto acabará pronto,le dijo la copia que con un rápido movimiento le retiró la venda de los ojos.

Ahí estaba ese extraño ser frente a él, acercando unas tijeras a su boca para cortar el hilo.

Sentía un dolor agudo al deshacerse cada puntada. Cuando los labios se separaron, entre sollozos Marcus le imploró que lo dejara ir, que haría lo que quisiera, pero que lo dejara en paz.

—No quiero que hagas nada. Como podrás ver soy idéntico a ti. Es más, poseo tus cualidades y tus recuerdos. Solo me falta un par de ojos que me hagan ver normal cuando la gente me mire. Bueno, cuando la gente te mire, precisó.

    ¿A mí?, dijo Marcus sin pensarlo.

 

   Si, a ti. Yo soy tú, o por lo menos lo seré una vez que tus… ya sabes... Así nadie notará la diferencia. Y tú obtendrás lo que siempre has querido.

 

4

Lunes por la mañana, Marcus se presenta a trabajar. Como de costumbre, atiende pendientes, hace llamadas, reparte el trabajo entre su gente y acuerda con su jefe.

Es extraño estar en la oficina con tantas personas que jamás ha visto y que, sin embargo, siente que las conoce desde hace tiempo. Todos le hablan con naturalidad. Se sorprende de lo bueno que es para sobrellevar los retos de su nueva vida.

La jornada de trabajo termina. Espera a que todos se retiren. Sentado, sube los pies al escritorio y marca un número telefónico. Tardan en contestar. Cuando descuelgan, se adelanta a su interlocutor: 

—Te he dicho que no contestes si no estoy en casa. Ya te acostumbrarás. Te informo que no hay novedades. Sigues igual de eficiente. Te reitero que vine a cumplir tus más hondos deseos: tener menos trabajo y pasar más tiempo en casa. Se te ha cumplido. Llego en un rato.

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