Cita semanal
Desde la ventana observo cómo se le enfría el café, lo mueve con parsimonia. Desde aquí me doy cuenta de su mal humor. Cuando está de así, sé que la tristeza lo carcome, pero no puede hacer nada. Quisiera platicar con él… o tal vez solo recostar mi cabeza en su pecho y escuchar su corazón. Los hombres siempre tienen ese caparazón tan duro, que le impide hablar de su dolor, de lo que los lastima. Primero debieran, quizá, decir lo que sienten algo. En las mesas vecinas hay conversaciones amenas, como aquella pareja del fondo; debe tener muchos años juntos, se nota la complicidad en sus miradas, sus manos se rozan aun sin pensarlo, como si sus cuerpos se conocieran de hace mucho. No es común que las parejas añejas se toquen en público, en este caso no parece importarles. Las chicas de la mesa cercana son estudiantes, no prestan atención al mundo, pero lo llenan de energía. Él, Darío, rumia su pensamiento; desde diez minutos espero que se percate de mi presencia. Lo quiero sorprend