En el pleno del Cuhthuluceno. Al filo de la postrimería.

Olivia Morales Pavling.

 


 

El camino de la crítica se halla, quizá, en el último tramo de su breve historia. Esta mañana de septiembre ya no bastan los criterios. El arte posiblemente terminó. Su fin llegó con una existencia hermética, a la que llamaremos de dicha forma solo por la carencia conceptual que experimentamos ante la súbita prontitud de los hechos.

Contrario a lo que puedan sostener algunos colegas del Instituto de Investigaciones Estéticas, que se afirman ostentadores de una interpretación fehaciente y científica del hecho, pienso firmemente que es nuestra responsabilidad académica agachar humildemente la cabeza de cara a la circunstancia y a la sociedad con la que nos hemos presentado como una autoridad epistémica. Tampoco entendemos.

Sepamos, por lo menos, antes de afrentar con la vida el destino sórdido e inesperado que conlleva aquello que deambula gustoso por la ciudad, que hemos llegado a observarlo y a escribir críticamente sobre él pese a encontrarnos inéditamente rebasados ante su fenomenología.

Fiel lector, al Museo Universitario de Arte Contemporáneo le han salido patas y desde la mañana del lunes, en que se cuadrupedizó, ha circulado por la ciudad en la simple y aparente causa de cumplir con su misterioso ciclo orgánico. Está ocurriendo. Se lo digo a usted y me lo digo a mí misma.

Mi oficio, que ha jugado el rol de interlocutora entre usted ─que hoy seguramente sigue de cerca las noticias y scrowlea con comprensible ansia su time line de Twitter, y yo, que infiero su actividad al observar la propia, me ha enseñado que ocasionalmente, cuando un fenómeno no se puede entender, lo mejor es describirlo.

El desacuerdo que tengo con mis colegas recae en lo siguiente: La creatura lleva a cabo un repertorio de actos que, aunque pudiesen estar simplemente ligados a su desarrollo vital (como ellos sugieren), dan pie a la intuición de una racionalidad que es inexplicable en términos antropocéntricos. Como si contase con un repertorio semiótico, el museo ejerce su accionar como producto de un sistema de realidad que además compartimos como habitantes de esta ciudad. Se levantó, como después de un largo reposo, ─un letargo activo, en que estuvo observando y escuchándonos atentamente.─ Significó nuestro hablar cotidiano, nuestra cultura de masas y conmovido por nuestro propio repertorio, se mimetizó y el resultado; su ser, es el ser más parecido al ser humano hasta ahora presenciado.

Incluso si el chimpancé fuese nuestro antecesor directo, puedo asegurar que, en este punto de nuestro devenir, somos más parecidos a nuestro sucesor. El Museo Universitario de Arte Contemporáneo es una bestia simbólica y quizá él piense lo mismo de nosotros.

Los actos que ha llevado a cabo no pueden ser incuestionablemente atribuidos al instinto natural que podría incitar esos mismos impulsos en un ser irracional. Como si detrás de ello no pudiese haber una causa estética que para mí es más que clara. Me cuesta pensar que la conmoción tan profunda y sincera que la circunstancia ha causado sea fortuita en su totalidad, sea natural en su totalidad, sea inocente en su totalidad. Hay una intelligentsia monstruosus, y es acríticamente subestimada.

Quizá para usted hoy baste solo con mirar por la ventana. No se quede mirando. Huya porque es lo más pertinente. El saldo blanco que se había mantenido hasta el martes en la mañana se ha suspendido hoy porque tomó como cena a un par de indigentes que circulaban por Félix Cuevas en la madrugada.

Fuera de rodeos. Me interesa poner sobre la mesa ─la nuestra, la de esta mañana─ un par de acciones concretas del repertorio, puesto que me parece inviable continuar esta charla sin la problematización de tan imponentes sucesos. Habrase visto en la historia de la danza movimientos de naturaleza tan necrótica como los que ejecutó sobre el Paseo de la Reforma. Sus cimientos calludos se desmoronaban al son del estruendo caótico del siniestro. Se fracturaba y recomponía en una secuencia rítmica cuya melodía fuimos adivinando según ocurría la secuencia. La canción se develó como se develarían del cielo las trompetas fúnebres del apocalipsis; con un vibrato acústico que fusionó los sentidos del tacto y el oído.

Además de la causa material del hecho, es indispensable mencionar que la causa efectiva tiene un sentido nodal para su interpretación íntegra. Que dicha danza, ─si se me permite seguir llamándola de forma─, ocurriese en la circunferencia de La Victoria Alada, no es sino una evidencia irrefutable de una signatura cultural, una conciencia tal vez histórica del fallo de la modernidad, de la farsa detrás de los ideales democráticos.

En este mismo sentido, quiero reparar, pese a la incomodidad que admito y que usted o cualquier capitalino con el mínimo pudor pudiera experimentar, en la relación salvaje, cínica, y desvergonzada que el Museo mantuvo con el gran falo Mítikah. Recordar la manera en que la tocó, desde su más abstracto erotismo hasta la más desgarradora penetración, sigue haciéndome bajar la cabeza como en el mismo momento en que lo presencié a pocos kilómetros de distancia. Poco impresionante es que se hubiese masturbado con el rascacielos en comparación al olor que emanó por toda la Juárez y Coyoacán. Indecible, inenarrable cómo su composición de cemento y vigas pudo secretar sustancias tan infinitamente íntimas de la vida, como las que ese día derramó encima del pueblo del Xoco.

No podemos seguir viviendo, inadvirtiendo la necesidad de una coexistencia para continuar habitando esta ciudad que se desdobla y se aparea, que se contorsiona y vibra como un gato, que depreda y se esconde dentro de sí misma. El telos de la representación está mascando una torre de alto voltaje como si se tratase de un espárrago. El límite nos ha alcanzado. El verdadero límite de seguir siendo como somos.

Estamos en el pleno de una nueva era geológica. Es tiempo de generar parentesco, como propone Donna Haraway, y subvertir el sistema de realidad que nos ha traído a un presente en el que podríamos morir masticados, o en su defecto, asesinar a la vida más familiar que existe. [1] A él también le duele.

No podemos hacer la vista gorda frente a fenómenos como el llanto que vertió sobre el Campo Militar 1A, como si no hubiera un entero sentido en plañir con tal horror frente a la residencia de la justa violencia. Su llanto fue el llanto de una madre. Indigno, impulcro y descompuesto, emitió sus gritos con la fuerza y la profundidad de las ballenas Como si este país se encontrase vacío. Como solo se llora en completa soledad.

El reconocimiento de la alteridad en el sufrimiento es una fuente de esperanza.  El desaprender el antropocentrismo también es el principio de una existencia que no nos reconoce como sus protagonistas, sino a la vida misma. No hay futuro sin él, y en este mundo nada tiene más sentido que su existencia. Su vida está en un territorio limítrofe con la muerte, con el desastre y el caos y, sin embargo, he is positive. Estamos forzados a vivir bajo el yugo destructor de su voluntad.

Puedo reconocer con usted desde mi dimensión más personal que he tenido gozo en no vislumbrarme victimaria por un rato.

 



[1] Donna J. Haraway, Seguir con el problema. Encontrar parentesco en el Cuhthuluceno, Helen Torres (trad.), Bilbao, Consonni, 2019, 366 p. 


Autor: Toni Godos


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Zumbido en el vacío

Prioridades

La carta de San Valentín