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Mostrando las entradas de febrero, 2021

Carta a mi padre

  Jueves 4 de febrero del 2021. Querido padre:                 Te escribo esta carta porque hace muchos años no te veo y deseo que sepas lo importante que fuiste para mí. Yo, tu pequeña hija que nunca te olvido, deseo decirte que dejaste en ella una semilla de fe, que sin tú saberlo germinó y me hizo ser lo que ahora soy. Gracias por ser mi padre, no se si lo deseaste, pero me gusta pensar que así fue. Me dolió mucho que te fueras de mi vida, no entendía lo que pasaba, solo tenía cinco años.   Vi a mi madre llorar por ti y escuchar de su boca que nos habías “abandonado”.   ¿Sabes algo?, aunque quise sentir rencor por ti no lo consigo, a pesar de que mis hermanos aún siguen dolidos por tu partida… Cuando pienso en ti, solo puedo recordar tu inteligencia, amor y palabras lindas que me diste en la infancia y que, hasta el día de hoy, me motivan a ser mejor cada día. Hoy sé que nunca   has dejado de ser mi padre,   pero   también   fuiste,   sin saberlo, mi mentor. Aquellas noches

El reloj despertador

Sergio Sierra              El silencio de la noche era roto por el lejano eco de una sonámbula ciudad y el fiel tic tac del viejo reloj despertador.  Me esforzaba sin éxito por conciliar el sueño; no podía dejar de pensar, aún de pensar en no pensar; mi mente no era capaz de relajarse después de un excitado día.  El caminar del reloj me era cada vez más consiente y cada vistazo a las fluorescentes manecillas me hacía concluir que su movimiento era cada vez más lento. Fue entonces que me llegó a la mente un pensamiento: era el miedo el que me inquietaba, un miedo que amenazaba tornarse en pánico. No supe si al fin logré conciliar el sueño o si el tiempo se detuvo o simple y llanamente transcurrió tal cual. Era de mañana, me cambié de ropa y rápidamente salí a caminar por la casa. Todos estaban dormidos, solo un cuervo negro se asomaba desde afuera hacia la casa por una ventana, aun cuando lo sentía dentro de ella. Me vinieron recuerdos de la noche anterior, de la charla familiar sin mi

El taco de colores

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Karla Carrola              No tuvo una madre que le dijera que no comiera basura. Pero aunque así hubiera sido, esa noche tampoco sería diferente. Masticaba un pedacito de cartón enrollado como un taco.  Lo imaginó delicioso y calientito, pues desde que tenía uso de razón siempre tenía hambre. Se recostó sobre su cama de cartones y notó que sus manitas se veían de colores. Tal vez su cena lo cubriría de tinta. Embelesado con las bonitas manchas se quedó dormido. Los colores invadieron todo su cuerpecito: era tan pequeño de edad que no le sorprendió verse cubierto poco a poco de dibujos que veía entretenido. Se descubrió marchando con patas de gallo, siempre inclinado para verlas con detenimiento. Al incorporarse, se encontró metido en un cuerpo de jirafa. De reojo notó unas alas de dragón que le nacían en la espalda. Estaba aleteando torpemente cuando en un charco en el suelo vio la imagen de su rostro ¡Una cara de jaguar! Escuchó una voz que le decía: “¡Oye tú!”.  Giró en esa direcció

Solo tus ojos

Diego Galicia   Marcus se despertó a mitad de la noche. No estaba consciente de la hora, pero sabía que era tarde por el frío que se apoderó de él al quitarse las cobijas. Se incorporó como pudo, sentándose en un extremo de la cama. Extendió la mano derecha para alcanzar el pequeño interruptor, lo que hizo que el foco sobre su cabeza iluminara la habitación. Mientras sus pupilas se acostumbraban al repentino cambio de luz, le pareció ver una silueta reflejada en una pared del cuarto, donde colgaba la vieja pintura obsequiada por su madre cuando se mudó. Rápidamente cerró los ojos y segundos después, cuando se armó de valor para abrirlos, se encontró con solo una pared y una pintura en el centro. De inmediato pensó en su paranoia. Sintió reseca la garganta. Luego se dirigió a la cocina por un vaso de agua. Recorrió el largo pasillo y cuando estaba a unos cuantos pasos de llegar, la luz de la habitación a sus espaldas se apagó, sumergiéndose en una oscuridad total. No le dio mayor import

El experimento de Tlaloquito

Lucha Bañuelos  El experimento salió mal otra vez. Eran las tres de la madrugada y escuché ese grito desesperado. Provenía de lo más profundo de la noche. Ellos habían salido nuevamente a inyectar a las nubes: querían hacer llover. Tlaloquito inventó una fórmula con acetona y yoduro de plata, que bajo ciertas condiciones de estos y otros elementos que no decía para no revelar su secreto, podían provocar la lluvia. Los acompañamos al desierto para intentarlo una y otra vez. El problema es que se necesitaba por lo menos una nube de cierta densidad y medidas. Después de días de espera, apareció una que aunque muy raquítica y huidiza, decidieron cazarla con el desvencijado helicóptero e inyectarle la fórmula. Esta vez sí salió el experimento y llovió a cantaros.  El agua no faltaría nunca más en el planeta , mientras viva Tlaloquito, único poseedor de la fórmula que él ha inventado. 

La cura

  Mónica Taffoya García   “[..]Y me niego categóricamente A dejar de hablar” Shirley Campbell             Recordó cuando la vuelta al sol la llevó a la crisis existencial más inquietante. Entonces Xóchitl emprendió un viaje para recuperarse de aquel año tan agobiante: perdió a su pareja. Al mismo tiempo fue retirada de aquel curso que impartía todos los veranos; el presupuesto se asignó a situaciones más interesantes. Se preguntaba por qué nadie consideraba que fortalecer la autoestima era una cátedra indispensable para la vida.  Tomó el camión que salió en punto de la medianoche. Miraba a través del vidrio sin poder detener sus ojos en algún punto. Todo pasaba tan rápido. Se le hizo un nudo. Al llegar, ya la esperaba ese oleaje –así lo creyó siempre- que se llevaría su pesar. Parada frente a la playa, echó a llorar, sin detener las inagotables ganas de gritar. El rito comenzó. Su voz se quebrantó al dejar salir su copioso ahogo.  Xóchitl se empapó de agua salada y habló fuerte: —Yo so

Al niño se lo regalaron

Eva Monroy          Cada uno cree saber cómo suplir sus ausencias.                                                                       I                  Sagrario tenía 28 años cuando su novio Francisco -después de tres años de noviazgo y a punto de casarse-, decidió romper la relación. Los motivos no se conocieron, solo se llegó a saber que era por la esterilidad de uno de los dos, sin precisar el nombre. La noticia se regó como pólvora por todo Colutla, Guerrero. Fue un suceso acontecido en el siglo pasado y llegó a ser la noticia del momento. Las voces relacionan el hecho cuando a Miguel Alemán le faltaban dos años para terminar su mandato como presidente de México. Sagrario dejó de comer alimentos sólidos. Solo aceptaba líquidos, porque decía que lo sólido le provocaba náuseas y vómitos. Dormía mucho. Se la pasaba llorando día y noche. Cuando se cansaba de llorar, dormía. Los padres, preocupados, le dijeron que tenía una semana para pensar y decidir lo que iba a hacer con su vida

Huellas

Jazmín García Vázquez Coloqué el mantel con delicadeza y comencé a distribuir la comida y los adornos. Me permití imaginarlas encantadas, disfrutando la bienvenida que les había preparado, pero las lágrimas comenzaron a gatear en mi rostro cuando me planteé la posibilidad de que no recordaran el camino o peor, que no quisieran regresar. No soporté seguir ahí y subí a mi habitación. Él no llegó esa noche. Al día siguiente, cuando bajaba para dirigirme a la cocina, me quedé inmóvil a la mitad de las escaleras. No lo podía creer, los juguetes que había colocado estaban en el piso, bajo la mesa donde ellas solían ocultarse. La ofrenda estaba desordenada y había pequeñas huellas de lodo en el suelo. Salí de la casa y noté la tierra mojada, debió haber llovido toda la noche. Él llegó y me preguntó qué había ocurrido. —¡Ellas vinieron, Alfredo! —¿Quiénes? —Nuestras hijas, Ana y Ema, estuvieron aquí anoche —respondí llevándolo hacia la ofrenda. —Estás enferma. Desde ese día no dejas

La venganza de una pequeña desconocida

  La venganza de una pequeña desconocida                                                                                               Ruth Pérez Aguirre        --¡Estoy harta de esta comida! ¿Pensarán que soy de plástico y que puedo alimentarme de porquerías?      --Ni modo, amiga, es nuestro destino; debemos aceptar que la gente de ahora no sabe comer y considera estas piltrafas como alimento.      --Luego, que no se quejen de los dolores y las molestias, incluso cuando tapan sus conductos y los revientan. Pero, claro, como tú eres tan grandote estas cosas te tienen sin cuidado.      --No creas, yo también padezco cuando trago pedazos muy grandes que me echan sin ninguna consideración. Diré como tú: ¿Me creen un depósito de basura donde pueden tirar todo lo que se les dé la gana?     --Pues yo, ya no aguanto más, he pensado hacer algo que les dé una buena lección. Acércate y te lo diré, no quiero que nadie se entere.      --¡No! ¡No puedes hacer eso, amiga!, causarías

El DIABLO

  Por Patricia Bermúdez para la sección "Escritor Invitado"  Corro   hacia el lugar donde atoramos la embarcación en la que cruzamos el río que separa nuestra vivienda del pueblo. Esto es un decir,   porque el pueblo todavía queda a media hora caminando; yo soy muy ágil para correr y tardo menos tiempo, por eso voy a casi todos los mandados, con mayor razón hoy que necesitamos un doctor para mi hermanita. La pobrecita ha sido enfermiza toda su vida, mamá cree que nació embrujada. La llevaron con curanderas   que le rezaban mientras le frotaban el cuerpo con un huevo, otras veces le pasaban un manojo de ruda y la bañaban con agua bendita que el cura del pueblo trajo para ahuyentar el demonio; le dieron a tomar todos los remedios que le ofrecieron,   ninguno logró sacarle el diablo. Seguía metido en su pequeño cuerpecito esquelético y débil. A sus cinco años apenas logra balbucir algunas sílabas. Yo me he encargado de cuidarla desde pequeña, pues mamá corta yerbas medicinales d