El taco de colores



Karla Carrola 

            No tuvo una madre que le dijera que no comiera basura. Pero aunque así hubiera sido, esa noche tampoco sería diferente. Masticaba un pedacito de cartón enrollado como un taco.  Lo imaginó delicioso y calientito, pues desde que tenía uso de razón siempre tenía hambre.

Se recostó sobre su cama de cartones y notó que sus manitas se veían de colores. Tal vez su cena lo cubriría de tinta. Embelesado con las bonitas manchas se quedó dormido.

Los colores invadieron todo su cuerpecito: era tan pequeño de edad que no le sorprendió verse cubierto poco a poco de dibujos que veía entretenido. Se descubrió marchando con patas de gallo, siempre inclinado para verlas con detenimiento. Al incorporarse, se encontró metido en un cuerpo de jirafa. De reojo notó unas alas de dragón que le nacían en la espalda. Estaba aleteando torpemente cuando en un charco en el suelo vio la imagen de su rostro ¡Una cara de jaguar!

Escuchó una voz que le decía: “¡Oye tú!”.  Giró en esa dirección para descubrir un toro con cabeza de camaleón y cola de pavorreal.

Otra voz le dijo: “Ya es hora, vámonos”. Era un caballo con cabeza de pescado y púas de puerco espín. 

El pequeño preguntó: “¿A dónde?”

Los coloridos seres rieron y un medio pato, medio venado con cola de gato, le respondió: “¡Pues a cenar! Se nos antojó tanto tu taco que hoy yo invito. Las risas continuaron.

Las criaturas le explicaron que los niños que comen tacos de cartón de colores se convierten en alebrijes.


 

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