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Mostrando las entradas de octubre, 2021

La miel de las flores

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  “La muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos."   Antonio Machado Mi corazón está muy agitado, no se puede controlar. Esta mañana desperté con esta sensación desesperada. Estoy muy nervioso, la ansiedad me invade, quiero cabalgar por la pradera del campo, pero mis brazos se agitan de forma descontrolada.      La oscuridad se terminó en cuestión de segundos, es una luz tenue y cegadora la que me abraza.      Muchas flores adornan el paisaje, fragancias de colores, puedo reconocer el olor de la colina, el verde de las hojas del campo recién movidas por el aire, el fresco aroma que da vida cuando respiras.      Hoy no probé un bocado, el dolor del brazo me impedía ser quien soy. El estómago me regaña, pide alimento. El instinto me lleva a probar los geranios rosados, ¡se ven tan suculentos! ¿Qué me sucede? No puedo detenerme, ser vegetariano nunca fue mi elección, pero esta miel es tan deliciosa.      −Lindo color el de tu traje, me dice un curioso habitante ¿traje? Me

Otra noche más

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            ¡Buenas noches niñas!¡Vayan a dormir!¡Sueñen con su angelito!  Sabe que a la mayoría de los niños les da tranquilidad que les digan eso, a ella no. Nada más escuchar las típicas palabras de su mamá sabe que no hay vuelta atrás. Su cuerpo tembló. Le espera otra noche más de terror de sentirse sola ante su peor miedo.  Lleva tiempo sintiendo y observando cosas que la tienen atemorizada; la televisión se prende y se apaga sola, alguien juega con las luces de la casa, escucha ruidos en la concina sin que nadie esté y en la familia tienen explicaciones contundentes para cada evento extraño, nadie parece darle importancia. No le agrada quedarse sola. Si todos salen, abre la puerta del departamento y ahí se sienta a jugar, con la esperanza de que el tiempo pase más rápido. Una vez recurrió a una cruz de madera de su papá, por cierto, muy efectiva, le imploró la pronta llegada de su mamá a la casa y se lo concedió.  Por las noches tarda en conciliar el sueño y una vez que lo logra

La Llorona

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              Escucho cómo sus pasos rompen el silencio de la noche. Un grito agudo y prolongado estalla en mis oídos. ¡Ay, mis hijos! Su voz me oprime el corazón. Sus largos cabellos ondean al viento, y una mueca de dolor le transforma el rostro. ¡Ay, mis hijos! Es una mujer muerta de miedo, víctima del terror y la inequidad de su época. Una vida de maltrato y abandono la acercó a la locura. Su voz retumba en todas partes y se ha hecho eco en las paredes del tiempo. Su grito ha viajado al presente, empujándonos hacia el laberinto, en la búsqueda angustiosa de nuestra identidad. ¡Ay, mis hijos! Su penetrante grito nos estremece. Tener en nuestras manos el cabo de un hilo extendido puede indicarnos el fin de la separación y de la soledad. Multipliquemos los hilos, que sean muchos, decenas, cientos, miles de hilos. ¡Ay, mis hijos! Aún con las ojeras hundidas de dolor, con el grito acompañándonos, ingresemos al laberinto, a eliminar al monstruo de la brutalidad. Hagámonos red, hagámonos t

El Entierro

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La oscuridad es tan eterna y persistente como la vida  No voltearé por el retrovisor, por más que me coman las ansias. No sé en qué pensé al tomar este camino, pero era tarde y no había otra.      Aún me tiemblan las manos y me cuesta concentrarme. Respiro profundo e intento poner orden a mis ideas. Es imposible que una mujer esté sola por estos parajes, no hay urbanizaciones y son las cuatro de la mañana. Las luces del carro la iluminaron por completo. Una mujer robusta, de vestido y cabello largo, estoy seguro. No quise ver más. No hizo seña alguna. De pronto salió de la arboleda y se quedó allí sin más, al pie del camino. ¿Qué hacía en ese lugar? Cerré los ojos, ahora recuerdo. No voy a detenerme, pensé: es absurdo creer que se pudiera subir, pero con todo no intenté parar el auto. El frío me recorre la espalda y se mete hasta los malditos huesos.      Dios, no entiendo por qué me suceden estas cosas. Vuelve lo mismo, lo que pedí con todas mis fuerzas olvidar. Fue hace años. Juré no

La Planchada

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“Los años arrugan nuestra piel pero la falta de entusiasmo arruga nuestra alma"                                                                                                                      Sócrates Pasaron los quince días, el mes... Y Joaquín no regresó, tampoco contestó las cartas, menos las llamadas telefónicas. Los rumores y cuchicheos circularon por los pasillos del hospital. Un día, Eulalia, alcanzó a escuchar el comentario donde referían que su prometido había renunciado y no iba a regresar. Al oír esto, se paralizó, sintió que el corazón se detuvo, una sensación escalofriante la invadió y salió huyendo del lugar. Ella solicitó vacaciones, porque cada mañana le daba horror tener que trabajar y le provocaba un llanto incontrolable. Los pacientes atendidos por Eulalia a mediados del siglo pasado, la recordaban caminando erguida por los pasillos del hospital con su uniforme blanco impecable, siempre alegre, amaba su trabajo.  Desde niña le gustaba ayudar a los demás. Al

Anxietas|¿Somnnum?

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  La luz… La luz que brilla. Centellea. Rápido. Lento. Rápido. Lento. Rápido. Intentas controlar tu respiración. Inhalas… exhalas…inhalas… exhalas… mientras encojes tu cuerpo contra la última pared de tu habitación.  Todo ruido se desvanece. Sólo hay un silencio tan denso e insoportable que poco a poco comprime todo a su paso. Comprime tu abdomen, tu pecho, tu cráneo. En cuestión de segundos te aplastará por completo. Cierras los ojos con fuerza. Quieres cerrarlos para siempre. Eso dice tu rostro. Nunca más sentir esto. Pero sabes que su arribo es inevitable. La noche cruje. La sientes dentro de ti. Sientes cómo con cada segundo avanza al compás de tus latidos. Ya no puedes hacerte más pequeño. No hay rincón más allá de donde estás. No hay hacia dónde mirar. No hay otra voz que no sea la tuya propia repicando cacofonías estrepitosas dentro de tu cabeza. Aun así, intentas acallarla en un último grito y…nada.  Despiertas sudando. Arrancas a dentelladas el aire que te fue ne

Aracné

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                                                                                                        I Soy libre momentáneamente, no hay palabras para describir lo atormentado, inhumano y antinatural de esa acción. La tortura ha iniciado. Se traza la ruta del suplicio en mi espalda, cabeza, piernas y glúteos: las ardorosas líneas son descargas eléctricas que sacuden mi cuerpo, nacen donde mi piel ya no existe. Ahora es parte de la telaraña. El dolor me deja sin respiración; incapaz de llenar los pulmones de aire, me asfixio y quedo inconsciente con esa última imagen grabada en mis ojos, la del cielo. II                Me despierta el olor a muerte que vicia todo. Los hilos quedaron debajo de mi pecho, piernas y lo peor… no puedo abrir el ojo derecho, caí sobre él y parte de la mejilla.  Estoy perdido, además de las heridas auto infringidas, me tortura algo imposible de hacer: repetir el giro que me alejará del centro de la red. Una vibración en el tejido iridis

Tiempo y Memoria

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  Tener un lugar para ir — es un hogar. Tener a alguien a quien amar — es una familia. Tener ambas — es una bendición. —  Donna Hedges.      Como cada año nos reunimos para la tradición anual, a otras familias les resulta raro, empero nuestro día es cuando ponemos el altar para los ancestros. El ritual comienza al escuchar las pisadas de Ángela, la abuela, deslizándose con suavidad mientras los zapatos susurran con fuerza la invitación para colocar la ofrenda familiar.  Sus brazos, que languidecen dentro del suéter que la protege del frío que se ha instalado en su cuerpo, sostienen la caja llena de fotos de todos aquellos que nos esperan. Mientras comenzamos con el armado del tapete floral, reímos con las historias que les cuenta para ponerlos al tanto. Toma una fotografía, la mira con cariño y comienza el diálogo: ¿Te acuerdas que tu nieta estaba embarazada? Fueron gemelos, el parto fue algo difícil, pero se logró o ¡Uy tía! ¡lo feliz que estarías!, tu sobrina nieta por fin entendió y

Cempasúchil

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  “Un tallo nació de donde un botón surgió” Una alfombra de colorido amarillo se extiende al frente, sobre aquel infinito donde puedo volar y buscarte en el paisaje floral. Tu aroma, nadie sabe a adónde corriste la tarde en que el temblor anunció mi llegada. ¿Subiste al monte para adornar tus cabellos? ¿Fuiste al río a embellecerte y estar presente? Los abuelos predijeron tu huida a la selva boscosa por la flor prohibida y así abrirnos camino al infinito. I Xochilt viste su atuendo de manta con la cenefa histórica bordada al ruedo de su falda. Detrás de ella se cierra el camino; se detiene frente una roca grande que custodian dos magueyes.  Al estar delante del gran negro tezcalt una intensa luz brillante cubre a Xochilt cada vez que lo atraviesa mientras se interna en aquel lúgubre pasadizo.  A la entrada, un cascabeleo de serpientes anuncia su llegada y le abren paso una jauría de naguales que con flotantes manos deformes la quieren agarrar; los perros la custodian incluso al final d

Nahualli

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  Ocetolt acaricia el grillete.  Recuerda cuando su madre, la sacerdotisa, le contaba que su nombre significa jaguar, por estar destinado a grandes sucesos: ser uno con la naturaleza.   Sonríe al escuchar las pisadas aceleradas; los gritos de los marineros al intentar desahogar la proa, sabe que no lo lograrán. Lo lamenta por las ratas que corren y suben por sus piernas intentando huir del galeón; por las ovejas que balan mientras el mundo se inclina.  Desde niño se convertía en liebre, teporingo o mofeta, para sentir la tierra, escuchar al viento, probar las hojas. Cuando se transformó en jaguar, entendió que como nahual le correspondía proteger a su gente. Su fama creció, venían desde Texcoco para solicitar su intercesión: lluvia, curaciones, profecías. Aparecieron los malos sueños: la sensación de vacío, de algo que conmueve. Llegarían hombres diferentes, con brillo en su tlahuizis y chimallis; montados en venados sin astas; con casas que flotaban en el mar. Cuando en sus sueños el