No
supo de dónde vino, una carta llegó a sus manos por la ventana abierta de su
dormitorio. “Te espero en el bosque de las luciérnagas, donde nos enamoramos”.
Arlina reconoció la letra, era de Jacobo quien la plantó en el altar el día de
su boda y en cinco años no supo nada de él. Decidió no volverse a enamorar,
dejó correr los mejores años de su juventud, sumida en un enojo crónico; solo
ansiaba una explicación sobre lo ocurrido ese día, pues no se sentía merecedora
de algo tan ruin.
Arlina caminó en la noche por el bosque frío,
brumoso, hasta que llegó a la zona de las luciérnagas. Nerviosa, lo esperaba
con el puño bien cerrado para darle en la cara si no le satisfacía la
explicación. Por fin apareció Jacobo quien le dijo: “No me odies, sufrí un
accidente en el auto esa mañana, extravié el celular y mi identificación, permanecí
sin conciencia todo este tiempo hasta que un día te pude recordar. No soy el
que amaste, pero cásate conmigo”.
Jacobo había perdido una pierna, una cicatriz
profunda le cruzaba el rostro y su labio inferior era una línea chueca. Arlina,
temblorosa, quiso acariciar las heridas de Jacobo, pero no se atrevió. Ella a
su vez, le mostró las cicatrices de sus venas tasajeadas. El corazón de Arlina
estaba irremediablemente seco, pero por fin tenía la respuesta que añoró tanto
tiempo. Desconsolados, sin emitir palabra retrocedieron en direcciones
opuestas, desapareciendo en la niebla.
Mónica Herrera |
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