El sitio de Jaleaca

  

Antonia Nava

─Me motiva la libertad, eso quiero heredar a mis hijos. Arrendó una voz femenina a todas las mujeres reunidas esa tarde.

Antonia Nava a los 30 años, casada y con ocho vástagos tomó la decisión de salir de su hogar en 1810 al lado de su esposo Nicolás Catalán para unirse a los insurgentes en Acapulco, Guerrero, al escuchar la voz de José Ma. Morelos y Pavón que clamaba libertad.


En el Congreso de Chilpancingo, 13 de septiembre de 1813, estuvo presente cuando él leyó “Los Sentimientos de la Nación”. Los esposos Catalán Nava organizaron la comida a los Congresistas y al pueblo.


Cuatro años después, en la sierra de Jaleaca, Guerrero, se encontraban cercados los rebeldes, entre ellos: Antonia, su esposo, sus cuñadas, dos hijos mayores, además de un puñado de hombres y mujeres. Este día memorable, llevaban cincuenta días escondidos en la fortificación que ellos adaptaron para no ser atrapados por el ejército realista al mando del Gral. Gabriel de Armijo. 


Desilusionados estaban los insurgentes, porque se habían agotado las municiones, alimentos y agua. Solo se escuchaba el quejido de los heridos, los ruidos intestinales en aquellos estómagos vacíos que clamaban desesperados por alimento y agua. 


Antonia escuchaba con impotencia los sonidos que incrementaban a medida que transcurría la tarde. Nicolás Bravo al mando de este ejército, buscando dar solución de supervivencia, le dio la orden al capitán Catalán, esposo de Antonia, que reuniera a la tropa para contar a los hombres. Esta cuenta sería de una decena y aquellos que tuvieran asignado el número diez los matarían como alimento para el resto de la tropa. 


Al oír Antonia esta orden, reunió a todas las mujeres en busca de otra opción que ayudara a alimentarse.


Con un nuevo plan y antes de que su esposo, el capitán, ejecutara la orden, se dirigió a Nicolás Bravo:


─“Mi General hemos hallado la manera de ser útiles en estos momentos. ¡No podemos pelear, pero si servir de alimento! He aquí nuestros cuerpos que pueden repartirse como ración a los soldados”.


Ante esta valentía el silencio se adueñó de la sierra.


Todos los presentes estaban atentos a lo que sucedía. Al terminar de decir esto, Antonia sacó un puñal de su cinto, después se lo llevó al pecho y en una acción rápida y oportuna corrieron los soldados para quitarle el puñal. 


Nicolás Bravo se quedó absorto, después de unos segundos, suspendió la orden de sacrificar a soldados para ser alimento de la tropa. 


Esta cancelación la recibió la hueste con agradecimiento a Antonia y al General Bravo, pero ella no estaba tranquila con esta decisión, por lo que reunió de nuevo a las mujeres y decidieron enfrentar al enemigo con: machetes, cuchillos, garrotes y muchos deseos de vivir para ser vencedores en esta lucha que llevaba ya siete años. 


Aprovecharon el silencio de la noche y el sueño profundo del cerco enemigo, alentó a los soldados a luchar y en voz alta se dirigió a la tropa:


─Mejor es morir peleando que aceptar el sacrificio de los amigos para ser nuestro alimento. 


Así vencieron aquella noche del 14 de marzo de 1817. 


Autora: Eva Monroy Ojeda



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