Muxtepec

 




Quiero morir siendo

esclavo de los principios,

no de los hombres.


Emiliano Zapata



Se dice que Zapata fue de romances, yo solo tuve un amor: mi Chonita, que era de Nativitas. Cuando nos casamos decidimos construir nuestro hogar en lo alto del pueblo donde nací: Muxtepec, en estas tierras por las que lucharon mis padres junto al caudillo. La ubiqué con vista de todo el Valle de México.  

Aquí habitamos hasta que ella falleció; quedó cerrada más de 10 años. Hoy regresamos a remodelarla, pero al verla igual con sus mismos utensilios en la cocina, las recámaras de los setenta, los grandes muebles de consolas Stromberg Carlson, los discos de acetato, el refrigerador cuadrado en color azul agua; no tuvimos el corazón de cambiar nada. 

Decidimos conservarla así: pintar, resanar, guardar esos muebles que se fabricaban para durar toda la vida. 

Decía Emiliano Zapata: “Voy a enunciar verdades amargas, pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y honradamente dicho” Y así les contaré con verdad, justicia y honradez, que aquí habita el fantasma de mi cuñado. En el revelado de las fotografías que tomamos se ve siempre su silueta, como una sombra. Además, permanece todo intacto, sin polvo y telarañas, deben ser mi cuñado y Chonita que mantienen la vivienda como cuando la habitábamos. 

Crecieron los hijos, se marcharon y la casa se hizo grande, fría.  Nos mudamos a Balbuena, más cerca de ellos y de los nietos.  

Cuentan que el caudillo del sur era de corridas de toros, peleas de gallo y jaripeo. Nos parecemos, por eso regresamos a Muxtepec: a las fiestas patronales: al pozole el 15 de septiembre y en diciembre a compartir con todos los vecinos la cosecha del año. ¡Qué festejos! 

Abríamos las puertas del zaguán que daban a la calle de Allende, el mero centro: se servían cazuelas gigantes de barro con guisados de todo tipo. Días y días de comida, pulque, cerveza, tequila, los mejores moles, carnitas, pancita, arroz rojo, frijoles, aguas de sabor. Todo se preparaba para invitar a quién pasara por la calle, para que se sentaran en grandes mesas de madera que armaban los carpinteros, con sillas rentadas o con cajones volteados. 

Por la tarde noche las ollas gigantes con café y ponches.  Había piñatas de todos tamaños y figuras: eran de barro, con muchos picos y las hacían los niños de la secundaria que yo mismo fundé para la comunidad. Hoy en día no siguen con ese bonito hábito.  

Creo que el revolucionario sufriría, cómo cuando lloró su padre al ser despojado de sus tierras, si viera lo mucho que han cambiado las cosas en Muxtepec. Dicen que después de esa injusticia juró que algún día haría que lo que era suyo les fuera devuelto.  

Muxtepec está abandonado. Solo hay bandas de malvivientes, gente que se quedan a vivir en el pueblo para asaltar comercios y habitantes. Aunque las mejores tierras son las nuestras y todo se da aquí: nopal, frutos, maíz, flores; hoy veo los terrenos secos: abandonados. No existe ya mi vista del gran Valle de la Ciudad de México, los edificios la tapan.  

Los monumentos que hicimos en mi tiempo como ese de Zapata y otros héroes de la revolución no podrán conocerlos ni mis nietos. Tampoco eso que con tanto orgullo quisimos dejarles y que con trabajo construimos: las casas de cultura, museos y las carreras cortas de agricultura. 

Lástima que una vez defendí a uno que hoy es diputado plurinominal, de esos que para conseguir apoyo todo prometió y no hizo nada por su pueblo. Nadie como Zapata, por esa promesa de hacer justicia y que nunca olvidó, se levantó en armas contra Porfirio Díaz. Somos originarios de un pueblo que lucha, de gente honorable. 

Del caudillo del sur solo queda su recuerdo, tal vez su fantasma paseando adentro del cuartel que resguardamos y que ahora es el museo en Muxtepec. 

Contrario a los ideales de la revolución “La tierra ya no es de quien la trabaja” porque hoy nada nos pertenece.  ¿Cómo regresar a la vida de antes? Quería pasar mi vejez aquí en esta casa. Las autoridades no me lo aconsejan: 

—Ya nada es como en su época licenciado —dicen.  

Cuando muera me enterrarán en el panteón de Muxtepex. Ese día regresaré a la tierra por la que lucharon mis padres, para ver completo el valle de México desde mi casa, donde están mi Chonita y mi cuñado. 

Como dijo Zapata: La tierra volverá a quienes la trabajan con sus manos.


Autora Rosa Martha Jasso
Autora: Rosa Martha Jasso Cruz


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