Sueños redondos

 


El olor a maíz se extiende por toda la cuadra, eso y la larga fila son el mejor anuncio de las sabrosas que son las tortillas.

Doña Laura es descendiente de Cintéotl, los hijos de la deidad son reconocibles por sus antebrazos empanizados. Canta todo el tiempo, con su voz de soprano, muy dulce.

¿Qué entonará esa mujer? ¿Un arrullo?

Tal vez, porque Laurita arropa las tortillas como a recién nacidos. Las está acunando, así, al terminar de cocerse estarán listas para salir al mundo. Cuando llegó a la tortillería con días de nacida, dormía mientras su mamá despachaba; ella cómo el sabroso producto de maíz, estaba terminándose de cocinar en el interior del local.

Baja el volumen del canto para clavar los ojos en la clienta:

—Un kilo.

Hecha la nota mental, recoge de un cilindro los manjares redondos, amarillos y calientitos. Los acomoda sobre la servilleta ¿Cuántos trapos se han extendido en su mesa debajo de la báscula?

Pensándolo bien, tal vez canta un vals…

Laura recuerda su primer baile en la fiesta de quince años y el día que la llevaron a esa tienda lujosísima para comprarle medias. La escalera eléctrica le provocó un ataque de risa. Los compradores pensaron que la humilde muchacha reía por nervios.

No. Su carcajada era por ver a la gente bajando muy tiesa como sus tortillitas en la banda de la máquina.

—Doña Lau, deme siete pesos.

Interrumpe sus recuerdos una muchacha que enrolla con maestría un disco de maíz mientras le pone sal.

—Con papel.

Se ven los trozos del taco salado entre los dientes de la adolescente.

¿Su tarareo será una canción de amor?

Doña Laura es heredera del negocio familiar, fue la única que no se casó. Estaba enamorada de su maestro de Biología: la amabilidad y paciencia del hombre dejaron huellas en su corazón. Marcas imborrables, como las de las tortillas pellizcadas en los bordes que se vuelven sopes. Después de él nadie le interesó.

Pone la masa en la parte superior de la máquina, su canto sube de volumen y es cubierto por una voz demandante:

—Dos kilos — grita impaciente una mujer muy mal encarada, con delantal.

Después de despacharla, baja la cortina de la tortillería, limpia muy bien y guarda en una canasta el producto sobrante.

Su potente canto en náhuatl llena el lugar. La madre del maíz se desnuda. Al soltar su trenza como espiga negra, se forma un arroyo que cubre su cuerpo, el piso del lugar.

Las tortillas se reúnen a su alrededor y comienzan a girar cada vez más rápido sobre su propio eje. Son espejos, que le muestran a la mujer el interior de las personas que llegaron al negocio.

La primera: la costurera que pidió un kilo para comer taquitos con sus compañeras. Sueña con juntar mucho dinero y pagar la boda de su hija.

Laura es en parte Cintéotl, cierra los ojos sin dejar de cantar. La masa que quedó en la máquina es una nube y modela un pastel de tres pisos, un vestido de novia…

La costurera no sabe por qué debajo del tortillero apareció esa cantidad de dinero.

Las tortillas giran y bailan al ritmo de su canto, le muestran ahora a la joven que habló con la boca llena. Es una estudiante dedicada, quiere ayudar a su madre con los gastos de sus hermanitos.

Laura Cintéotl cierra los ojos. La masa forma una casa, un auto, edificios. Cuando crezca será arquitecta.

La mamá de la chica encuentra debajo de las tortillas un sobre calientito. No entiende cómo llegó ahí. La señorita, es la única que sabe leer en casa, informa que acaban de concederle una beca.

Los discos hacen su danza giratoria, al ritmo de la canción que tan bien conocen. Le muestran a la mujer mal encarada: Llega a la casa aventando las tortillas para sus tres hijitos. Los deja mal comiendo y corre a ver la telenovela.

La masa no quiere componer una nueva figura y debate en su forma de nube. Se interrumpe la cantinela y la semi deidad le mira sentenciosa. La masa regañada moldea a una niña pequeña.

La tortilla se atora en la garganta de la más chica de los hijos de la señora, en segundos se pone morada. La madre desesperada levanta a la nena y sale proyectado un pedazo de masa con manchitas rojas del picadillo que la criatura masticaba.

La abraza. No puede evitar enternecerse al tener el cuerpecito entre sus brazos. La pequeña ríe porque su madre la carga. Después de limpiarla, la sienta con paciencia. Se une a sus hijos, apaga la tele y les pregunta por su día. Mientras, enseña a la más chiquita a morder con más cuidado.

Los niños están sorprendidos, pero felices. Con mamá sentada a la mesa todo es más sabroso.

Las visiones continuarán por horas…

Por cierto. El canto es un conjuro.

Karla Carrola


Comentarios

  1. Es un cuento excelente, con un narrativa de impecable fluidez, conmueve hasta las fibras más profundas, al ritmo de la melodia envolvente y desafiante como su conjuro.
    Felicidades maestra Karla Carrola por este bello cuento.

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  2. La narración te lleva a percibir los aromas y las atmósferas. Te hace vibrar con lo que consideramos cotidiano y simple.

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