Ira

 

La ira es como el fuego; no se puede apagar sino al primer chispazo. Después es tarde.

Giovanni Papini


    En mi familia la pasábamos muy bien juntos, nos divertíamos. Por las mañanas, antes de irse, mi papá nos decía que era importante no hacer enojar a mamá porque estaba enferma y que si la hacíamos disgustar o sea, hacíamos algo que a ella no le gustara, se sentiría mal; así que procurábamos obedecerla.

Yo soy el más chico, y no entendía a qué se refería, pero no quería que mi mamá se sintiera mal porque cuando a mí me duele la panza es feo.

Un día, pasó algo horrible, mi hermana Lulú me explicó que eso era lo que sucedía cuando mamá se enfermaba: la cara se le ponía roja, respiraba mal y después lloraba mucho por lo que había hecho. También me dijo que no le preguntara nada, ni le recordara.

Ese día Aurelio, tuvo que lavar tres veces el garaje porque mamá insistía en que estaba sucio. Yo, la verdad, lo veía limpio, pero ella gritaba tan fuerte que me quedé callado; sus manos temblaban, se las acercaba a mi hermano como si quisiera hacerle daño; de repente, tomó la escoba, dejó de gritar, su cara se puso aún más roja y le pegó muy duro en la espalda, tanto que se rompió y ya nadie pudo barrer. Cuando mi papá llegó en la noche, llevó a mi hermano a que le sacaran una de esas fotografías de los huesos. La verdad me dio miedo verla así y desde entonces evité estar a solas con ella.

En ese entonces yo tenía 6 años, ahora ya soy grande, pero no me acuerdo cuántos años tengo. 

Mi mamá quería a Aurelio, a Lulú no. A él le regaló un chaleco la última Navidad que estuve en casa. Le dijo que le iba a servir para que su espalda no le doliera con el frío. Mi hermano la abrazó con mucho cariño y le dio las gracias.

La verdad, extraño a Lulú, a veces antes de dormirme pienso en ella y en los juguetes que me compró; ella le decía a mi mamá que necesitaba divertirme y no solo estudiar.

Pero mi mamá le decía que estaba mal, que no entendía nada, qué debería de ser como Aurelio y entregarle los domingos que nos da papá, porque sólo ella sabía lo que la familia necesitaba.

Lourdes le prometía que ya lo iba a hacer, pero, después de unos días volvían a pelear.

Un día la escuché llegar, corrí a las escaleras para bajar a saludarla, pero antes, me asomé por el barandal.

¡Qué bueno que le hice así!

Lourdes le dijo a mi mamá que quería hablar con ella, ella dejo lo que estaba haciendo y volteo a verla, ¿qué pasa ahora niña? Era la primera vez que veía a mi hermana preocupada, seguro no quería hacerla enojar.

No sé qué habrá visto mi mamá en su cara, pero se cruzó de brazos y vi como su pecho se movía con rapidez.

Lourdes respiró muy hondo y dijo algo así como conocí… quiero presentarlo…

Desde arriba vi como la cara de mi mamá se ponía roja, rojísima, mucho más que cuando le pegó a Aurelio.

Solo gritó ¡No!

Oí que Lulú contestaba: Pero…

No sé porque le dijo eso, estoy seguro de que ella también vio que las manos de mi mamá temblaban, tenía unos platos cerca y empezó a aventarlos.

Mientras más platos aventaba, Lourdes solo la veía con cara de miedo, pero no se quitaba de ahí. Cada vez gritaba más fuerte ¡Que no, que no, eres tonta o qué! ¡No, no me oyes, no!

Entre más fuerte gritaba, yo sentía que me hacía chiquito, pero no me podía mover, tenía miedo por mí y por Lulú.

De repente, dejó de aventar cosas y volteó de nuevo a verla, tal vez oyó que estaba llorando, la jaló del cabello muy fuerte, ella no hizo nada por defenderse, oí que dijo no mamá, perdóname… Estoy seguro de que no la oyó, porque le pegó más fuerte, levantó una silla para romperla encima de ella, mi hermana se hizo pequeña en el suelo y empezó a patearla. De repente, la levantó del cabello, la llevó a la puerta y la sacó.

Desde entonces no veo a Lulú, no sé cuándo pasó eso, porque me quedé sentado junto a los barrotes del barandal. La oí llorar muy fuerte, pero no me moví de ahí; nos llamaron a cenar, pero no me moví de ahí.

Mi mamá se acercó, me dijo algo; yo solo repetía quedito: no mami, no mami.

Cuando llegó mi papá, me cargó; salimos de la casa sólo él y yo. Me abrazó hasta que dejé de temblar. Desde entonces vivo en este cuarto blanco, me gusta porque hay personas amables y juguetes. Pero sobre todo porque aquí, igual que Lourdes, estoy lejos de mi mamá y su cara roja.

Carla Cejudo


Comentarios

  1. Me parece que el padre es un completo irresponsable por dejar expuestos con una madre enferma a sus tres hijos.
    Buen cuento

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    1. Hola Hindra, sí el padre es una figura ausente, a veces creemos que por ser adultos tendrán más elementos, con tristeza descubrimos que no es así. A mí me gusta pensar que tal vez estaba apanicado por la esposa, tal vez alguna vez ya había sufrido los mismos estragos.
      Saludos.

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  2. El maltrato infantil en todas sus formas es aterrador sobre todo cuando no te puedes defender. La madre no podía controlar la ira, tal vez no sabía como, igual le habría pasado a ella en su niñez y era su forma de sacar todos sus traumas. El marido pues como todos tenía que salir a trabajar.
    Mi padre era un hombre responsable pero tomaba mucho y nos pegaba cada vez que lo hacía. Por supuesto teníamos miedo pero mi madre en todo momento nos defendía, prro si me tocaron unos buenos cinturonazos. Un cuento de una cruda realidad que nos lleva a reflexionar sobre la vida que debemos darle a nuestros hijos.

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    1. Hola, me gustaría saber tu nombre, muchas gracias por compartir tu historia después de leer el cuento.
      Estoy de acuerdo contigo quienes padecen de ira suelen comentar que justamente no saben como controlarse, los rebasa y después se arrepienten de lo que hicieron.
      El alcoholismo es un problema que, como bien señalas, afecta a toda la familia.
      Me da mucho gusto que el cuento haya logrado su cometido reflexionar sobre la vida que queremos para nuestros hijos.
      Un abrazo, espero algún día saber tu nombre.

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