Larvae


El tono ambarino de mi rostro debajo de esas extrañas pecas y el persistente aroma frutal que se activaba con cada movimiento fueron las primeras señales.

    En la visita al consultorio lo recordé: ¡Mi almuerzo incluía una guayaba! Con seguridad comí un gusanito imperceptible por ser idéntico al interior de la fruta. El doctor me mandó a casa con un par de aspirinas.

    Mi jefe ya había sido advertido por el servicio médico, no dejó siquiera que emitiera palabra y me sacó por la puerta trasera del colegio:

    —¡Profesora! ¡Qué barbaridad! ¡Los niños no pueden verla así!

    En casa tuve fiebre, tomé las tabletas y delirante, soñé que los niños cantaban:

    —La Maestra es un gusaaano, ¡La maestraesungusaaaano!,

    Un gusano + un gusano son= la miss y su novio,

    Una guayaba y ½ gusano son: ¡Elalmuerzodelaprofesora!,

    A la pesadilla se sumó el director sacándome de la escuela con unas pinzas, mientras gritaba:

    —Maestra, está despedida.

    Otra incorporación a mis delirios. Las mamás:

    —¡Profesora gusana de guayaba, Pablito no pudo terminar la maqueta!, ¡Miss guayaba de gusana, Carlitos dejó su mochila en la escuela!, ¡Maestra gusaguayaba el perro se comió la tarea de Susanita!

    La última alucinación fue el jefe de materia persiguiéndome con alfileres entomológicos:

    —¡Sus planeaciones están de la guayaba profesora!

    Desperté temblando, aún con el eco del desvariante coro en mis oídos.

    ¡No soy un gusano de guayaba! ¡Ceratitis capitata larvae! ¡Un posgrado en entomología me permite saberlo!

    Después del grito se produjo un silencio abrumador. Necesitaba refrescarme, abrí la ventana y el aire elevó violentamente las torres de exámenes y tareas por calificar. Un pensamiento se adueñó de mí:

    Pobres larvitas humanas, no hubo tiempo de darles esa última lección.

    Me posicioné en la cornisa estirando muy bien cada una de las seis patas, extendí mis alas y volé sin mirar atrás.

Karla Carrola


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