CAMPEONA


 

No sé cómo puede vivir

quien no lleve a flor

de alma los recuerdos

de su niñez.


Miguel de Unamuno


Corrimos al encuentro del fotógrafo, yo iba de la mano de papá. Se saludaron con una sonrisa, al mismo tiempo que él le arrebató al fotógrafo la corona que llevaba en su mano, después la colocó en mi cabeza. Lo miró y agregó: ¡Por favor!,  tome la foto a mi campeona.


Hacía mucho calor, mis manos sudorosas sujetaban una cuerda y en mi frente escurría el sudor, entonces mi papá se acercó para secar mi frente con su pañuelo de tela perfumado y me habló al oído: Hijita, corre decidida, tú vas a ganar. 


Tengo pocos recuerdos de niña. Están presentes aquellos que disfruté con mi papá. Mis hijos dicen que es porque tengo memoria selectiva; puede ser cierto, en la memoria han quedado los que marcaron mi vida.


Tenía seis años cuando mi papá y yo nos dirigimos a la competencia, lo escuchaba en silencio tomada de su mano. 


Antes de llegar a nuestro destino me entregó una barra de chocolate y dijo: De una vez, come esto para que te dé energía. En ese instante la empecé a morder en pedacitos para que durará más tiempo el sabor en mi paladar. 


Llegamos a nuestro destino, al deportivo comunitario. Me formé con las otras niñas.


Llevaba puesto el uniforme de deportes, estaba bien peinada con la brillantina que tanto le gustaba a mi papá usar. Recuerdo mis tenis blancos. 


El maestro de educación física indicó que al silbatazo corriéramos brincando la cuerda.

Nos colocaron a todas en hilera. Sin pisar la línea blanca de salida. Con voz fuerte el profesor dijo: Inician la carrera al silbatazo.


Al escuchar el primer silbatazo salí disparada brincando la cuerda. Cuando faltaba un pequeño tramo para llegar a la meta en primer lugar, el maestro gritó que nos regresáramos porque estaba cancelada la prueba por “salida fallida” ya que era a los dos silbatazos.


A pesar de los reclamos de los padres, repetimos la carrera. 


Otra vez me coloqué en la línea de salida, estuve atenta para el segundo silbatazo.


Salí corriendo brincando la cuerda lo más que pude; me sentía ya cansada, pero no importaba porque tenía que llegar a la meta. 


La toqué, después de la niña que llegó en primer lugar, la hija del maestro.


Todos los presentes empezaron a chiflar entre ellos mi papá, que corrió para abrazarme y darme otro chocolate para reponer la "energía". Emocionada le di un mordisco al Carlos V. 


Alcanzamos al fotógrafo, el que iba en la búsqueda de la niña del primer lugar. 


Vi al fotógrafo muy alto, sonriente saludó a mi papá, llevaba colgado en su cuello la cámara y en la mano derecha una corona de cartón que tenía escrito con letras doradas “Campeona”, la cual colocaron en mi cabeza por exigencia de mi padre. 


La fotografía sigue guardada en el baúl de los recuerdos.


Eva Monroy



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