Esperanza
Los rescatistas ya peinaros la zona sin éxito. Llevas tres días sin noticias alentadoras. ¿Te enconchas y tapas tus oídos cuando surgen los cuestionamientos de "Por qué no vas? Si todos los familiares se encuentran ahí".
Siendo
tan distintos, tu mujer y tú han logrado un equilibrio en su relación. Respetas
y aceptas sus ganas de conocer el mundo, de hacer grandes expediciones en
grupo; mientras reposas en casa junto a un libro de historia o viendo los
documentales que ella te recomienda. Ahora que no está a tu lado, te preguntas
si no debiste hacerle más énfasis en los riesgos de subir por lugares empinados
e inseguros.
Tú jamás
has experimentado el peligro. Todo debe ser confiable: Trabajo, familia,
amigos, pequeñas diversiones que no te expongan de forma alguna, pero no
entiendes tu vida sin ella, su alegría te llena, tu serenidad la reconforta,
así que decides ir a buscarla. La mujer con la cual has compartido más de una
década se ha extraviado en una montaña.
La
zona está acordonada. Hay familiares llorando, no sabes qué enfrentarás. Te
preguntan su nombre: “Esperanza”, ésa que aún no pierdes. Un grupo de allegados
a los alpinistas deciden subir. Estás aterrado, la montaña es impresionante,
preferirías cavar en la tierra antes que ir cuesta arriba.
Observas
su foto, deseas que esté bien. Su celular dice que está fuera del área de
servicio. Tomas valor para emprender la búsqueda con equipo especial, GPS,
botas y chamarra que te prestaron.
Después
de largas horas, alguien logra comunicarse con uno de los extraviados. Se
dirigen hacia su ubicación. Está solo, deshidratado y desvariando. Caminan
hacia arriba, cae el sol y no hay rastro de Esperanza. Las fuertes rachas de
viento detienen tu ritmo de avance, estás rezagado, hasta que en medio de los
matorrales observas su mochila, te asomas por el acantilado, ahí está su cuerpo
inerte, bajas con una velocidad desconocida para ti. Está congelada, ya no tiene
signos vitales, pero conserva su rostro apacible, sigue hermosa. Tratas de
arrastrarla, pero ella te jala a ti cuesta abajo, demasiado peso, te sientes
abandonado, el resto del grupo ha continuado sin ti. Piensas en ir por ayuda,
pero sabes que ella sería feliz si la dejaras por siempre donde le gustaba,
libre, en medio de la naturaleza. No puedes cavar, tus manos también se
congelan. La acomodas en una pequeña explanada, te quitas el anillo de casado, lo
colocas en su mano y la cierras. Con una sonrisa y un beso sellas su historia
de amor.
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Mónica Herrera |
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