Obsequio


Las curvas de la pelota se marcan con suavidad en la tierra apisonada mientras patea la reluciente circunferencia de hexágonos negros y blancos. Cuando recuerda la anotación de un gol mira las tres estrellas que surcan el cielo y pregunta ¿Dónde estará? 

El lugar al que lo llevaron después de que su padre desapareciera, no es peor que donde vivía: tres comidas al día, otros niños igual que él y personas que los cuidan; hay una galera donde duermen arrullados por el crujir de los camastros. Ni tan peor, ni tan mejor: Siquiera aquí su ropa la lavan con frecuencia.

Hoy, mientras observa a las señoras emperifolladas, que sin hacer caso de nadie, reparten juguetes, comprende que a ese sentimiento que lo acompaña lo llaman orfandad. Así que sí, él es un huérfano. 

Al recibir un carrito de bomberos y galletas, entiende que su papá realmente se ha marchado: los hombres montados en elefantes, caballos o camellos no le dejaron el balón porque solo su padre sabía del deseo escondido en su zapato debajo de la cama.

Años después, mientras camina por la Alameda: unos hombres vestidos como Melchor, Gaspar y Baltazar le ofrecen una foto de recuerdo; no acepta, es poco el dinero que lleva y no lo desperdiciará en una infantil ilusión: hace mucho que dejó de creer en eso.

Su vida la ha dedicado a sobrevivir: ya no existe la seguridad de las tres comidas y el camastro no cruje más porque la colchoneta está sobre el piso. Sin embargo, ahora le acompaña su pequeño y sus risas. 

El deporte sigue siendo su placer y la sonrisa de su hijo lo inunda. Cuando llega del trabajo el pequeño corre con una pelota hecha de trapos y todos los días le pregunta: ¿listo para jugar? Pero hoy le indica que deben dormir, una vez que acomoden el zapato, porque mañana encontrará una sorpresa. Un velo de desconsuelo se dibuja en su rostro cuando el pequeño le pregunta ¿Crees que dejen un balón? No le responde, pero recuerda el paquete de galletas que escondió en su sudadera antes de llegar a casa.

Desde que desapareció su viejo, no lograba soñar con él. Ah, pero esa noche. ¡Cuánto le gustaría quedarse ahí y festejar cada anotación, sería el mejor regalo! Una voz infantil lo despierta: Papá, papá mira lo que me trajeron ¿Quieres jugar fútbol?

Carla Cejudo



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