El Recreo


                                                                                              Soñé que el mar se secaba, soñé                                                                 que la nieve ardía y por soñar imposibles, soñé que tú me querías.


Sonó el timbre, todos los niños dejaron su actividad sin concluir, cerraron cuadernos y comenzaron a revisar las monedas destinadas para gastar en el recreo, otros preparaban su paladar para degustar la torta enviada por sus madres. Los murmullos y bullicios alegres explotaban en el patio de la escuela.

─¡Vente, vamos a jugar!

─¡Oye, dispárame una paleta! 

─No, te toca a ti.

─¡Jajaja, mira cómo se ve!

Laura cerró su cuaderno sin prisa, sacó su torta y buscó su banca preferida, la que tenía mejor vista para el patio pequeño. Le gustaba observar cómo jugaban los niños con las canicas. Sus amigas le llamaron:

─Laura, ¿no vas a salir al recreo?

─No, me voy a quedar.

─Vámonos, ya no quiere jugar con nosotras.

De pronto, una voz la hace voltear, busca con nerviosidad hasta dar con Félix, le sonríe ruborizándose levemente. 

─¡Martínnn, vamos al patio de atrás!

De inmediato Laura tomó asiento en la banca para no perder detalle de lo que hará Félix, podrá verlo sin reparos, sin testigos.

En el pequeño patio trasero, los niños de quinto y sexto grado acostumbraban jugar canicas, mostraban sus habilidades para ganar la partida y ostentar la mayor cantidad de canicas como trofeo.

Los días transcurrieron, todo parecía perfecto.

Cierto día, al estar Laura observando por la ventana, fue testigo de una riña entre dos niños que jugaban canicas, 

─¡No!, yo gané.

─¡No!, estiraste mucho la mano por eso me mataste.

─Yo jugué limpio y gané, págame.

─¡Que se repita! gritaban en coro los espectadores.

Ella no le dio importancia porque Félix jugaba con Martín. Sin embargo, algo llamó su atención sobre manera, al sonar el timbre el niño que discutía recogió sus canicas y se escabulló por los barandales, desapareció.

Al día siguiente, en cuanto sonó el timbre anunciando el recreo, Laura se colocó frente a la ventana, pudo ver cómo se introducía por los barandales el niño de la discusión. Siguió todos sus movimientos sin descanso.

Fue un instante mágico, Laura no supo cómo sucedió, pero su mirada y la del niño coincidieron, él le sonrió y siguió jugando como siempre. En cambio, para ella vino una descarga eléctrica en todo su ser, la paralizó, sintió como si le faltara el aire, una sensación grata y sutil le invadió, parecía como si algo le oprimiera y amenazara con explotar al mismo tiempo del pecho. Sintió la necesidad de saber todo de él, de saber su nombre para nombrarlo a su antojo, le pertenecía, era suyo.

Pero ¿Cómo saber su nombre? ¿Cómo preguntar por él sin que descubran su secreto? Laura tuvo que afrontar las bromas y cuchicheos de sus amigas, pero al fin lo logró. Una de sus amigas le susurró al oído:

─Se llama Carlos.

Se llama Carlos, repetía Laura. Tomó su libreta, dibujo un corazón y escribió:

Carlos y Laura.

Autora: Bertha Santiago



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