Molcas

¿Qué me pasa? a veces me duele mucho y no puedo apoyar bien y otras se me pasa como si nada. Ahora me van a apodar El Pirata y no Molcas, como me decían todos. Pero bueno, sana, sana, colita de rana, ¿qué no?

No pasan muchos días cuando el problema ya no es cami
nar, sino que empiezo a echar chorros de baba y mis ojos me arden como cuando ponían el humo del anafre. Mi boca se me entumece y casi no puedo comer. Yo nomás veo cómo la gente me receta una cara de desagrado, pero nadie me pregunta nada.

Por fin… Quién diría que una bata blanca me pondría tan contento alguna vez. Eso sí, que cambie la comida, que algo de mis huesos, que mi sangre quién sabe qué. Yo sólo sé que me siento del carajo y después tanto teje y maneje esto no se resuelve.

Con mis ojos llorosos, y casi a susurros, trato de decirles que esto no está funcionando, pero parece que no me escuchan; al menos con eso consigo apapachos y bolsas de agua caliente que me tranquilizan un poco.

Los días pasan y esto nomás no mejora, ya ni salgo de mi cama. Ahora resulta que después de todo, nada de lo que me habían hecho sirvió. Total, a estas alturas pruebo lo que sea, es más… pérame, pérame, cómo que me van a picaaaaaaar… esto no tenía pensado aceptarlo…

Entre el malestar, me río y me reconforta la imagen de ser una brochetota negra con blanco en una cama de agua, entre un humo con olor extraño y unos cantos rarísimos.

Al fin, después de no comer, después de tener que estar echado, después de que me vieran feo, después de tantos piquetes, puedo caminar de nuevo. Ahora mis ojos no me lloran y les digo a gritos lo contento que estoy.

Al llegar a casa me reciben con alegría y para mi sorpresa un plato de rico y delicioso pollito me espera bajo la escalera. Qué alivio.

Mira cómo ya mueve su colita, los escucho decir mientras disfruto mi regreso.

Iván Zayas



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