¡A volar la imaginación!
Si nunca sueñas con volar, nunca te despertarás con alas.
Natalie Kendall
¡Hoy es un gran día para volar,
seguro esta vez sí lo logro! Me levanto rápido de la cama en cuanto escucho que
el Pancho se pone a cantar. Me pongo las
botas contra el agua, los lentes que me dio la Carmela y el chaleco del mickey.
Salgo volando,
pero mamá me atrapa en la cocina.
—¿A dónde
capitán? No se ha tomado la bebida para ser fuerte. ̶ Me agarra del hombro y me sienta en
la mesa.
Observo la
leche pantanosa que se mueve en la licuadora, primero es blanca, luego amarilla
y al último café, me va a obligar a tomarlo. ¡Guácala! Pero si no lo hago no
podré salir a jugar, y tengo una misión.
̶ ¡Listo, hasta el fondo! ̶ Dice mi mami, mientras me sirve en
el vaso verde que se pone morado, ¡guau! Aun no entiendo cómo lo hace.
Cuento rápido
y chupo el popote sin parar.
̶ ¡Ya! ̶ le digo, mientras le muestro la
lengua
Me voy
corriendo al patio, la panza me suena, parece que me comí un tambor. El otro día,
mi abuelo tiró una caja grandotota y me la dio; bueno, yo se la pedí. Me dijo
que para qué quería basura, que mamá me iba a regañar.
A veces,
por las tardes vamos a la plaza y alimentamos a las palomas, llegan por montones.
Cuando se nos terminan las migajas, me gusta asustarlas para ver cómo se
levantan en vuelo toditas juntas; corro entre ellas abriendo mis brazos como un
avión, igualito que sus alas; vuelan tan alto que casi tocan las nubes. Siempre
me pregunto: ¿Cómo se verá el mundo desde arriba?, seguro que todo se te hace
bolas en la cabeza porque se ven las cosas bien chiquititas.
El abuelo
dice que las aves son muy afortunadas, que tienen ese regalo que Diosito les
dio, pero me contó que no todas pueden volar; que, aunque tengan alas, no lo
hacen. Yo pienso que es porque no quieren o son flojas; como yo, cuando no me
quiero levantar para ir a misa los domingos.
Tengo unos
tirantes que me regaló la abuela, y a esos ¡les voy a pegar las alas que haré
con el cartón que le pedí al abuelo!
Le cuento
todo al Pancho, sé que él quiere volar, lo veo diario desde mi ventana: tempranito
se sube a lo más alto del ciruelo y hace como que lo va a hacer, pero mejor se
pone a cantar y ¡me saca coraje! Pero yo lo voy a animar: a lo mejor viéndome a
mí, también él se avienta y así volamos los dos.
̶ ¡Al fin terminé! Usé el pegamento
apestoso y quedaron bien fuertes, nomás que no me vea las manos mi mamá porque
se va a enojar, pero luego voy con la abuela y seguro me pone algo para que se
me limpien.
Correteo al
Pancho para atraparlo y me acompañe. Le di una sorpresa, pues me puse mis alas
bien amarradas, lo abracé y me fui corriendo por las escaleras que van para la
azotea, donde la Carmela tiende la ropa que lava mi mamá. Me ajusté los lentes,
me paré en la orilla y levanté al Pancho bien alto y lo lancé…
En eso,
siento que alguien me jala las patas: es la Carmela, ¡ya me arruinó la misión!,
pienso. El tonto del Pancho se paró en las ramas del ciruelo y mejor se puso a cantar,
pero no deja de aletear, a lo mejor se asustó… ¡ya merito lo lograba!
La Carmela
gritando le habla a mi mama y le dice que yo me quería matar, ¡tan tonta de veras,
yo nomas iba a volar! Mi mami con los
ojos saltones me abraza fuerte y después me pega con la chancla de hule de mi
papá, me dice que estoy castigado.
Más al rato
vino a mi cuarto y me trajo galletas con leche y me platicó que no debo hacer
eso, que es muy pegriloso, yo creo
que le creyó la mentirota a la Carmela, que sintió que el corazón se le iba a
salir del susto. Dice que el trabajo del Pancho es cantar y no volar, que todos
tenemos talentos diferentes; por ejemplo, dice que el mío es asustarla.
La escuché que le dijo a mi papá
que debe poner una reja en el pasillo de la escalera.
Me estoy acordando que la otra vez
que fui a misa con mi mami, vi como don Flor tocaba las campanas, bien arriba, casi
cerquita del cielo. Ya merito es domingo, le voy a contar al Pancho, al cabo que
de ahí no va a tener de dónde agarrarse.
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Betty Solís |
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