Mientras la tierra baila (La justicia de la nación)


La sociedad de nuestro poblado en un instante se ve fracturada, el sismo que recién ocurrió nos deja en completo caos y desamparo. En este momento todos somos damnificados: sin casa ni prendas para resguardarse de la noche. La indigencia es absoluta. La comunidad se hermana y todos somos iguales.

    No hay que esperar para ver emerger a Carla; ella, sus hermanos y mi familia formamos un primer grupo, organizándonos entre conocidos y no tan conocidos, dispuestos a estar bien para integrar a otros y salvar el día.

    El poblado se torna inseguro, pero se prenden fuegos y la soledad se apaga. Aún existe el riesgo de que la tierra entre en movimiento y cause mayores males; lo que lleva a resguardarse entre los escombros de lo que fueran nuestras casas. Las caras pálidas no ocultan el pánico.

    Recorremos las avenidas con el corazón al sobresalto, tenemos la esperanza de que vengan a socorrernos, ver especialistas con sus equipos para damnificados. Pero nuestra esperanza se azota en la tierra al ver que no existe ayuda alguna. Todo el lugar se ha derrumbado. De prisa y con ayuda de vecinos removemos escombros para improvisar carpas, palas, picos y equipo que nos ayude en la faena. Por fortuna no hemos encontrado heridos ni muertos.

    Un albergue fijo se establece, acondicionando una parte para heridos, al costado levantamos otra carpa que hace de comedor. Con esto, la comunidad retoma su optimismo; pronto el ejército llegará, nos consolamos con esa esperanza.

    Y al contagio de ver la inocencia en algarabía infantil: los niños juegan con libertad, compartiendo sus juegos entre platicas risueñas. Son nuestra fortaleza para no caer. Por aquellos momentos de la infancia que dejan su huella viviremos unidos, ayudando para salir adelante dentro del caos que se nos presenta.

    Durante los siguientes días descubrimos a personas que con intereses egoístas saquean casas, pero a la par surgen grupos de ayuda. La comunidad que en un día vivió en la igualdad, en un instante, es ponzoña, peligro y oposición.

    Así, a una semana del desastre, el ejército llega por donde la neblina todo se traga, extraviamos el camino… Según su historia esto les retrasó. Con equipo especializado en búsqueda y rescate, moderno en dispositivos electrónicos de vanguardia para casos de extrema emergencia, motores y estructuras de apuntalamiento, corte y perforación, entre otros camiones equipados para tal faena, hoy, de terremoto.

    La rueda de la fortuna da medio giro. No comprendemos la razón de tan complejo equipo, si lo único que necesitamos es el rescate de las familias que se quedaron atrapadas en el templo, así como víveres, agua, cobertores; al igual que el rescate de pertenencias de mayor valía. A su arribo, todos nos sentimos seguros y a salvo, seguros de que todo volverá a ser como antes, porque el ejército mantendrá el orden mientras se limpia el lugar.

    Mas, para nuestro desconcierto, la realidad es otra. El ejército terminó de llegar: los soldados bajaron y prestos, acordonaron todo el poblado. Nos desalojaron para ser conducidos hacia una zona desértica, no lejos de allí. El reclamo no se hizo esperar; sin embargo, el coronel a cargo nos explicó: Es por su seguridad, tenemos informe de que la zona en estos momentos no es segura. Muchos lloran por sus pertenencias, enterradas en los escombros, aunque nos queda el consuelo de que la vida es lo más valioso. Algunos se resisten y a la fuerza los evacuan.

    En el nuevo sitio nos espera un albergue muy vasto, instalado por el propio ejército. Nos recibió un teniente que tenía la responsiva. Se nos informa que la primera etapa es nuestra instalación en el lugar y el registro pertinente. Luego de todo el papeleo se pasará a la segunda que consiste en la repartición de parcelas y solares, según la distribución asignada. Con esto, algunos quedan contentos, pero otros no vemos muy claro y no quedamos inconformes, las opiniones a espaldas de los soldados no se hacen esperar. Se vive un momento decisivo y nada prometedor: nos encontramos en completo desamparo, nuevamente. La situación con el ejército resulta peor que sin él.

    Entretanto, la situación que se presenta en el nuevo asentamiento no es nada de lo prometido, el ejército empieza a remover escombros dentro de los cuales salen hombres como hormigas que al verse descubiertos corren y pronto son acribillados por los soldados, que según van en su amparo y los usan de tiro al blanco. El compromiso de limpiar la zona es extremo, cual cruel verdad. Seguros de no tener más testigos, inician su encomienda, empiezan a desenterrar ruinas (y sepultar muertos) porque la zona es arqueológica. Saquean nuestras propiedades y los tesoros que como patrimonio cultural nos corresponden.

    Esto nos lo cuenta un familiar de la comunidad que astutamente los observa. Los meses transcurren y nada de repartición de tierras, la situación en que se vive empieza a cansarnos, necesitamos regresar. No podemos salir a trabajar porque estamos incomunicados, empiezan carencias en el abasto, ya hay manifestaciones de familias en conflicto.

    No había terminado la llegada de nuestros informantes, cuando en esa misma madrugada arriban los soldados para darnos un tonto informe, un desplegado donde se nos desaloja oficialmente de nuestras tierras originarias y nos niegan el derecho a nuestras casas porque el suelo es de la Nación y nadie estaba por encima de ella. Enfurecidos, todos gritamos y exigimos regresar a nuestro poblado. Hasta ese momento nos dimos cuenta de la premeditación. El ejército desenfunda sus armas amenazantes y el teniente nos pide cordura para que lo dejemos terminar. Nos habla de las ganancias a que seríamos acreedores y tendríamos en esas circunstancias. El coronel estratégicamente nos acorraló, rodeándonos de camiones blindados y armados de soldados.

    La propuesta dictaminaba asentarnos en esa zona árida con la promesa de proveernos con los mismos servicios al de nuestra comunidad, y fuéramos quienes conserváramos las costumbres y forma de vida para ser el paisaje que complemente el futuro negocio turístico en que se está transformando nuestra comunidad originaria. Las tierras son de la nación y nosotros seríamos el turístico paisaje humano y servil. Este fue el motivo que provocó el primer levantamiento de nuestra gente, por defender nuestras tierras, nuestro patrimonio e historia. Nos convirtieron en rebeldes guerrilleros.

    Seguimos sin casa y sin tierras, se nos han unido otros grupos en igualdad de circunstancia, en pie de lucha, exigiendo la justicia de nuestros pueblos.

Maru Márquez


Comentarios

  1. Felicidades por este cuento Maru Márquez. La tierra, nuestra tierra, la identidad, pertenencia y permanencia es lo que une para ser comunidad.
    Gracias por compartir tu escritura. Enhorabuena.

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    1. Saludos Eva, gracias por comentar, es una buena lectura la que haces.

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