Prioridades


Mariana salió de la oficina con los sentimientos hechos un nudo, le avisaron que su tía había recaído por una antigua afección pulmonar, su jefe le llamó la atención por no incluir una factura en el reporte mensual, y Manuel le canceló por tercera vez la cita que tenían.

         Cruzó la calle que separaba la empresa de un parque. Había llovido, el frío y la humedad, hacía más deprimente su ánimo maltrecho, en vez de caminar por la acera hasta la esquina para tomar su transporte, como lo hacía normalmente, decidió cruzar el parque, caminaba sin prisa, casi arrastrando los pies. Recorrió el sendero con bancas de hierro en las márgenes, hasta llegar a una pequeña rotonda.

         Recostado junto a un árbol la miró pasar, cuando ella avanzó unos metros, se puso de pie y la siguió a cierta distancia, hasta que se sentó en una de las bancas, sacó un libro y comenzó a leer, unos minutos después sonó su celular, al momento de contestar levanto la vista y descubrió a su observador: era de raza incierta, algo corpulento pero sin más carnes que las necesarias para cubrir los recios huesos, el pelo de ese color parduzco tan común en los sin suerte, algo largo y hecho una desgracia, las orejas medianas con las puntas caídas hacia delante, con una expresión entre tierna y divertida. Mariana, sujetando el teléfono entre el hombro y la mejilla, buscó en su bolso un trozo de chocolate que recordaba haber puesto por la mañana y se lo ofreció, él fijó la vista en la golosina, aguzó el olfato e inclinó lateralmente la cabeza de manera inquisidora, finalmente, se acercó tímidamente y permitió que ella lo acariciara y le diera el chocolate en el hocico, terminó la llamada y guardo el teléfono, unos minutos después, se levantó y le dijo: adiós “Pelos”, y se fue. Era rara esa actitud en ella, nunca había sido afecta a los animales.

         Dos días después, la chica volvió al parque, iba llorando, Manuel había terminado la relación. Pelos estaba ahí, caminó junto a ella hasta la banca y permaneció en silencio. Luego de un rato ella volteó a verlo y le pregunto: ¿por qué Pelos, por qué?

             La joven volvió varias veces al parque, unos minutos de lectura empezaron a hacerse costumbre y también la presencia Pelos, casi siempre llevaba algo con que consentirlo, pasó a ubicarse siempre a su lado, solo le hacía compañía, echado con el hocico entre las patas delanteras, moviendo los ojos al paso de la gente y la cola ante cualquier atención de Mariana. A veces, el recuerdo de Manuel, hacía que los ojos de ella se humedecieran.

          El tiempo y la compañía de Pelos fueron mejorando el ánimo de la chica. En una ocasión después de un rato en la banca acostumbrada, cuando salía del parque, con el pretexto de preguntarle la hora, un sujeto se le acerco y le arrebató su bolso, de inmediato Pelos se puso de pie, transformado del amigable compañero, en un feroz defensor, de un salto alcanzo un tobillo del hombre, que aterrado aventó el bolso y echo a correr, Mariana recogió el bolso abrazó a Pelos y le decía: eres mi héroe, mi guardián.

        Unas semanas después Mariana apareció en el parque radiante, se le veía feliz, iba del bazo de Manuel. Pelos como siempre salió a su encuentro, pero se detuvo al ver a Manuel, ella lo llamaba y le decía a Manuel: ¡mira es él, es quien me ha acompañado, es mi guardián, mi protector! Manuel hizo un gesto de rechazo y dijo, está muy sucio, a la mejor hasta pulgas tiene. Mariana no hizo mucho caso, estaba loca de contento con la reconciliación.

            Al día siguiente, debajo de la banca, Pelos esperó a Mariana, la esperó… y la esperó.

Gabriel Cornejo


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