Ojos Brillantes


Llega por el amplio pasillo, lo primero que observo es luz en la sonriente mirada de mi clienta.

    Te platico quién es Raquelito: fue compañera de mi hijo mayor en la secundaria; ahora tienen 28 años. Intuyo que es madre soltera. Hace 8 años que vino a comer  con su bebé  noté algo diferente en él, no alcancé a definir qué: un síndrome, un algo imperceptible.

    Hoy, con su hijo crecido, en domingo familiar, aparece muy bonita, nos reconocemos aún con el obligado cubrebocas. Me sorprende la desenvoltura de la criatura: ya tengo nueve.

    Les asigno mesa, piden los alimentos y la mamá le indica el lugar del servicio: salero, servilletas, cubiertos... Observo su  constitución: fuerte  y de buena estatura. Mientras pide con seguridad su sopa de pasta, arroz con huevo estrellado. ¡Vaya qué se alimenta bien! Yo no manejo nada de eso en mi carta, pero estando dentro de un mercado ¡¿qué no puedo conseguir?!  Ordenan de la carta los acompañantes y lo solicito en la cocina. ¡Qué deliciosa sopa!, comenta el niño. Me hace sonreír su entusiasmo.

    Me toma el brazo y me dice por lo bajo: ¡qué bonita eres! Su mirada la dirige a los alimentos. Los dejo que coman tranquilos.

    A los minutos regreso a preguntar si se ofrece algo más y nuevamente me comenta que le gustó el arroz con huevo. Le ofrezco frijoles de la olla para acompañar el plato. Así acostumbré a mis hijos a comer arroz: con frijoles. Descubrió una nueva combinación que le voló los sentidos, pensé luego de que me lo agradeció al terminar su plato. Yo misma no entendía por qué estaba feliz, quizá por haber complacido a un niño tan sensible, y agradecido.

    Fueron a despedirse y fue entonces que descubrí que la mascota que traía era realmente un perro lazarillo. También descubrí que el brillo en los ojos de Raquel era porque bendecía los momentos en que su hijo lograba dominar la situación.

Rosa Martha Jasso



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