¿Cuál es la falla?

Doña Constanza bajó con esfuerzo del camión, un muchacho le ayudó con las bolsas. Las rodillas le impedían moverse con agilidad, aun sin movimiento le dolían todo el tiempo. Se preguntaba cómo estaría, si no caminara a diario en las mañanas, de su casa, a su primer trabajo. Tardaba una hora. Ese era su ejercicio y su ahorro. Suspiró al ver sus bolsas en el suelo, le faltaba caminar diez cuadras más para llegar a casa. Se irguió tratando de sacudir el cansancio y el ardor en su espalda. La friega había estado buena en el horario de la tarde, tocó lavar los tres baños y todos los ventanales de la planta baja, pero se sentía satisfecha, terminó a tiempo. Su sabroso caldo de patitas con huacal, y sus taquitos de salsa de chile árbol la esperaban, le chillaban las tripas de imaginárselo. Ese sería su premio.

            Diría con orgullo, ¿o rencor?, no estaba segura, que todo lo que tiene le ha costado. Venir a este mundo cobró la vida a su madre y el desprecio de su padre y hermanos mayores. Sus maltratos le hicieron eterna la niñez. “Trabajar para poder comer” fue su objetivo desde entonces. Pronto se casó. Al poco tiempo, llegaron los hijos, dos mujeres y dos hombres. Los sacó adelante, hasta donde ellos quisieron. Solo ellas hicieron carrera técnica y no ejercieron. Siempre tuvo dos trabajos, y planchó ajeno en su casa.  A pesar de la irresponsabilidad y alcoholismo de su esposo, se hizo cargo de él hasta su muerte.

            El aroma a pollo rostizado le llegó de golpe al entrar a su patio. Salivó, el hambre comenzaba a desesperarla. Como le gustaría que alguien la recibiera con la cena calientita, servida en la mesa. Además de un buen masaje en la espalda y las piernas. En penumbras, escuchó en el piso de arriba a su hija, platicaba con su familia. Ninguno se asomó para ver cómo estaba al advertir el ruido de la puerta. El atractivo olor a pollo rostizado provenía de arriba.

            Antes de que saliera el sol, lavó el baño, puso una bolsa de frijoles a cocer para todos, barrió su patio, se duchó y con el amanecer se dispuso a regar sus plantas. Siendo domingo, trabajaría solo hasta mediodía, entregando toda la ropa que había planchado.

            Llegando a la esquina de su casa, observó desde la acera de enfrente, a Doña Concha, su consuegra, caminaba ligeramente encorvada, su cabello teñido de rubio lucía pulido en un recogido, vestía un pants moderno, unas manos enjoyadas, con uñas postizas recién salidas del salón de belleza. Su hija y nieta le ayudaban a subir a la camioneta lujosa. Escuchó que la llevarían a comer cabrito, la señora se había despertado con antojo …

“¡Por favor, apenas hace dos días le invitaron los hijos el mariachi porque ella tenía ganas de festejar!, la semana pasada llego con bolsas de zapatos, todos de marca; hace un mes, vino otra vez su hijo para llevarla a estudios de chequeo, como ella dice, justo después de las vacaciones pagadas a Cancún que les hizo a las tres mujeres ¡No puede creer que abuse tanto!” ... Apretó la boca, la acidez le vino con ímpetu a su cuerpo.

            Siempre le desagradó su consuegra; nunca se responsabilizó de sus seis hijos de diferente padre, a todos los repartió entre sus familiares para su cuidado. Se mantuvo con las pensiones. Su única preocupación, su arreglo personal, su comodidad. Ahora, vive de lo que le dan sus hijos… "muy bien, disfrutando de la vida" … es lo que dice siempre cuando le preguntas cómo está.

            Indignada, azotó la puerta de su casa. Al ver a su hija bajando las escaleras, de inmediato le reclamó su falta de atención y de no procurarla. Al calor le juraba que no volvería a guisarle nada. Y que ya les cobraría la renta. Le aseguraba que también les pondría reglas a sus hermanos.

            A la semana siguiente, su hija se esmeraba preparando un mole verde con carne de cerdo y arroz rojo porque a su suegra que se le había antojado.

Isis Mendoza Torres


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