Carnalitos de leche
Querido
amigo, esta es la última carta que le dirijo; mi hígado no da para más y, luego
de mirar estas letras, seguro el suyo se retorcerá igual o peor.
Cuando
leo sus contestaciones siento náuseas y como que me urge encomendar mi alma al
altísimo una hora antes y dos después. Perdí la cuenta de las llamadas
telefónicas; la última, recordará, nos mentamos la madre. Usted y yo somos más
que amigos, somos hermanos, “carnalitos de leche…” Pero eso lo sabe de sobra,
pa´qué le sigo.
Se
acordará en cuántas hemos estado, de las que salimos, en las que nos metieron y
hasta en las que nos inmiscuimos sin que nos llamaran. Como con aquellas
fulanas que decían conocernos, solo para que les invitásemos del aguardiente
adulterado que yo traía, pero que no les queríamos convidar, hasta luego de un
rato que les empezamos a distinguir sus gracias y nos la llevamos al río. Las
muy desgraciadas nos dejaron en “purititos” cueros y tumbados de alcohol; ah,
pinches viejas. Acuérdese que nos dio harta muina, pero luego nos la
cobramos...
Volviendo
a lo nuestro, le puedo permitir la razón: la Rosita estaba bien sabrosa, lo que
sea de cada quién: me cuadraba pa´pasearla por el pueblo y que nos mirasen con
envidia y luego, pues ya sabe... A mí también me llenó el ojo cuando la
conocimos en el baile de las Peralta, no se haga el “desacordado”, se lo dije.
Allí nacieron los desentendidos, Juan. Lo suyo no era una insana lujuria
pasajera, de esas que se evaporan con los alcoholes y se disuelven en los
“hoteles de cuatro horas”. No señor, se afanó en que la había marcado primero y
así, desde ya, la quería nomás pa´sus urgencias. “Ah, qué pinches madres las de
mi compadre, chingao”.
Nuestras
miradas, las mías y las suyas ─sobre todo las de usté─ se perdieron en ese par
de toronjas firmes y jugosas; y la cinturita; y los chamorritos que la
mantenían derechita, como si flotara. Así se nos figuró esa primera vez. Lo
platicamos luego que fuimos a dejar a las Ruiz a su casa. Ya la memoria de esas
chingaderas le debe andar bullendo en su cabezota, ¿qué, no? O me va a salir
con que no le notó la cara de “lo voy a meter en todos los pedos”. Usté
disculpará, pero es de esas canijas que solo Dios sabe quién las trajo al
mundo. Al principio, pues sí, era de mirarla y mirarla y no quitarle los ojos a
esa carnita que prometía el infierno, de tantos móndrigos y pecaminosos
pensamientos que trajinaban en la imaginación, y se le metían a uno hasta donde
la lujuria pierde nombre.
Nunca
vimos alguien así, tan "vale madre" y respondona, pero con una carita
que llenaba las ansias de placer de un año y quitaba las ganas de comer por un
mes y hasta las de empinarse el aguardiente por una semana.
Me
costó entender esas calenturas de chamaco “caguengue”, pero casarse con ella. Y
aún ahí, le diré: se me figuró que le pasaría la locura en un chico rato. Pero
luego de semanas seguía montado en su macho. Y eso, pues no es de Dios. No hay
derecho. Hasta creo que me le dieron “toluache”. Sí, se caía de sabrosa;
pero... compadre, esas son chingaderas. Usté y yo no somos así.
Oiga,
¿estará de acuerdo que siempre nos dijimos las netas, las que fueran, aunque se
nos zarandearan las tripas, hasta las más canijas?, nunca hubo ocultamientos.
Mire…
no sé cómo decirle… pero se lo voy a soltar, le diré... así, a lo macho; a
calzón quitado, como dicen: la verdad es que siempre me incomodó ir a su casa,
estando ella ahí, pues; por eso nunca le acepté las invitaciones. Nomás de
imaginarla en su nidito de amor, se me torcían las tripas; me rehusé de plano a
pisar su hogar. Para qué más que la verdad.
Pero
ahora que las cosas han cambiado; bueno, pues… No quisiera ser yo quien se lo
diga; daría cualquier cosa por eso. Entiendo que lo haya dejado y que eso ha
sido lo más difícil en su vida. Sí, lo más difícil y canijo, lo entiendo, lo
entiendo, le juro que sí. Pero su reacción, compadre, me llenó el buche de pena.
No creí que le doliera de ese modo. Llegué a pensar que era un favor que le
daba la providencia. Que así se enderezaría, sin el peso de ella. Me han dicho
que del mandarriazo se quedó como atolondrado… y chillando, me figuro.
Compadre,
esa mujer no le conviene, yo sé lo que le digo.
Esa
vieja nunca lo tuvo en estima. Solo jugó con usté. Quisiera no ser yo el
mensajero: pero anda muy pendejo. Fíjese bien: al mes que se la llevó del
pueblo, recibí la primera carta de ella, me contó unas barbaridades… solo le
digo que es demasiada vieja pa´usté… Y no es que lo sea, pero ya ve cómo son:
se le metió en la sesera ese gusanito de “mujer empoderada” y ni quien se lo
saque. Aunque, bueno, pa´cabrón, pues cabrón y medio, como dicen, ¿no?
No
me juzgue mal, compadre. Fíjese que se me ocurrió contestarle una de esas
cartas que ella me envió. Y las cosas se complicaron, por decir, pues… Pero ahí
le paro… Bueno, un asuntito más, el último: si le quiere seguir en eso de: "que es que el amor de mi vida" y que
"la quiero aun con el plumaje mancillado"… pues, compadre, acá la puede
encontrar.
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Guillermo TS |
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