EL GALÁN

 




Tenía un pensamiento al salir de la Polar: ver a Lucy, una linda mujercita de familia. La misa de una había terminado, vimos pasar a algunos parroquianos. La gente tiene algo peculiar después de los oficios, sería exagerado hablar de auras, aunque tal vez se sientan tan reconfortados que lo crean y ese efecto mental en algo se refleja en sus rostros.

Dos días antes mi amigo Rodolfo me había invitado con su tío Marti a una reunión. Alto y gordo, rondaba los treinta, nosotros tendríamos dieciocho. Recién iniciaba la carrera y me urgía ganar dinero. Gracias a que su tío trabajaba de prefecto en una secundaria y yo pretendía dar clases, acepté la idea de la fiesta, donde me presentaría al director para solicitarle una oportunidad.

El ciclo escolar había terminado ese día y lo festejarían los maestros, lo cual prometía baile y quizá unos tragos gratis. Vestí mis mejores galas: pantalones de pana y camisa a cuadros. Al llegar a la fiesta creí que nos habíamos equivocado: la mayoría andaba de mezclilla, algunos incluso playera.

Nos convidaron la primera copa, esa siempre es la difícil: la garganta se cierra ante la exigua calidad del brebaje. Así que la olfateas, luego le das un trago breve y te la vas llevando de a poco. La segunda entra con facilidad. Después de la tercera, imaginé que una maestra reaccionaba a mis coqueteos. En los ochenta, mirar a una mujer con cierto descaro no era acoso. Era tan normal como fumar en un lugar cerrado.

A pesar de mi natural timidez, aquellos brebajes me apremiaron al baile. Ella de inmediato reaccionó: me tomó la mano con fuerza y me atrajo a su cuerpo. Me sorprendió porque la música no se prestaba para bailar de ese modo, pero no hice por separarme. Luego de algunos desafortunados titubeos pusieron música tropical y me animé: los cuerpos sin sincronía, pero tan juntitos que casi se traspasaban, llevaban su propio ritmo. Intenté decir algo y me calló con su pequeña y delicada mano. Algunas miradas también nos traspasaron, así que mantuve los ojos cerrados. Me sirvió para concentrarme. Sentí palmaditas de Marti en mi hombro que interpreté: <<¡eres un as, cabrón!>>, así que reaccioné con mayor entusiasmo.

En esa edad el cuerpo es un carro nuevecito: de cero a cien en diez segundos. Le pregunté si quería tomar algo; a mí, me urgía. Sonrió y afirmó con la cabeza. La fiesta se desarrollaba en el patio de una casa particular y a esa hora sólo lo iluminaba la luz del interior. Mientras servía los tragos entendí lo que es ser esclavo de los instintos y no hice por controlarme. Intenté ir al baño para lavarme la cara, acicalarme y pensar con claridad, pero: <<¿qué tal si alguien la saca a bailar? No, mejor regreso>>

De vuelta al patio, la ubiqué, ella me miraba. Sonrió. A pesar de la penumbra o tal vez como consecuencia (quedé impresionado por la situación), la vi más alta, quizá porque su figura se ceñía con rigor al vestido entallado; los senos lucían bordes perfectos, como manzanas Golden: magníficos, acariciables, mordibles, suspiré. La cintura y la cadera podían colmar de estrellas la imaginación de una noche. De inmediato escanee la logística de escape.

El encanto se esfumó, su mirada se perdió en un grupo de adolescentes que entraban al patio detrás de mí. Me hizo señas para que no me acercara. Los escuincles fueron hacia ella para solicitarle algo. Me resultó extraña la mirada de ellos, como si nunca la hubieran visto vestida de ese modo.

En ese momento llegó mi amigo: <<Chíngate esas y vámonos, hay una fiesta más chingona. Pinche galán, si ya te vi, ¿ya te encanchaste, verdad? >>, me apresuró y miró con complicidad. Lo último que alcancé a ver fue a los chavos rodeándola. No le pregunté su nombre. Me tranquilicé en la idea de que la encontraría en la escuela. No le presté atención al comentario de Rodolfo.

En efecto, la otra fiesta era al menos en un salón, en una colonia bastante popular. Me imaginé que habría otras maestras a las que les guste el baile. Allí ofrecían chelas, así que no pasamos por el insufrible primer trago. Luego de verificar las opciones y de echarnos las primeras, me dispuse a checar quién movía los piececitos a modo de invitación. Había varias y escogí a una de mi tipo. Esperé una buena salsa y me presenté. Me miró de arriba abajo al tiempo que negaba con la cabeza. Regresé a mi lugar desanimado. De pronto sentí un jalón: era una mujer delgada, morena, no precisamente a quien le coquetearía; pero bueno, sólo bailaríamos.

Se hizo corta la noche, se movía de forma espectacular, sentí que me acariciaba en cada pase, en cada vuelta. Ni las manos metí. Ojalá pudiera decir que la seduje con mis mejores movimientos, con mis comentarios, con mis chistes sarcásticos de aquella época. Pero no, ella festejaba todo, reía, me abrazaba y estrujaba. Me maravilló, sentí que me desvestía y volvía a vestirme. Si hubiera pedido mi mano, estaría con ella en este instante, ja, ja, ja.

Cuando terminó la música la perdí de vista. Ya habría modo de encontrarla en la escuela, me consolé. Nos fuimos a casa del tío Marti. Aunque algo me inquietaba, dormí en la ensoñación de ese mundo que se asomaba. Despertamos tarde. Yo quería regresar a mi casa: sólo dije que iría a una fiesta. Se pidieron hamburguesas y no sería conveniente llegar con esa cara de crudo, me insistieron. Comimos y nos embuchamos otras coronas, me envalentoné para ir con mi novia: la cuerda del entusiasmo se prendió, no había modo de contenerla. Antes de llamarle eché un ojo a mi cartera: alcanzaba para cualquier contingencia. Sin embargo, estaba castigada. No le insistí porque mi amigo me comentó por lo bajo que iríamos a un tugurio cerca del centro.

El lugar extrañísimo. Fuera del antro llegó un amigo del tío Marti y se saludaron con abrazo y todo. Antes de entrar nos presentaron a unas muchachas, el añadido le dio una nalgada a una y esta le reviró: <<estese quieto, le recuerdo que todo cuesta>>, después soltó una carcajada y nos reímos como locos. La expectación crecía. Le susurré a mi amigo que este era un cabrón, a lo que me respondió: <<no pasa nada galán, el asunto tiene control de daños>>. Seguía con ese pinche apodo. Le iba a reclamar, cuando Marti me abrazó para preguntar cómo me sentía. Me sorprendió un poco, le contesté que todo estaba bien…<<y va a estar mejor con este camarada, vas a ver>>, me atajó, al tiempo que me daba una nalgada. No supe cómo interpretarlo, sólo le dije: <<tranquilo, todo cuesta>>, y, un tanto forzados, nos reímos.

Nos asignaron mesa, el amigo nuevo llamó al mesero, pidió una botella, refrescos y dos paquetes. Reflexioné que sería una noche para recordar. Hasta me divertí con la idea de que saltarían unas maestras al escenario que teníamos justo a nuestros pies. El mesero llegó con la charola llena: botella, vasos, hielos, seguido de dos morenas muy bien puestas, que parecían divertidas. Las dos lo besaron y, él les respondió con un par de nalgadas, se arrimó una y la otra se sentó entre mi amigo y yo. Creí que nada me sorprendería, pero me quedé con los ojos cuadrados…fue una noche de locos: bailes, privados, charlas tontas y risas absurdas.

En un momento la morena se pasó a mi lado. El resto de la noche visité la pista y los privados (un espacio donde te agasajan a placer, pero debes estarte quieto). Al regreso mi amigo me repitió eso de <<galán>> y todos rieron. Yo también me contagié, me sentía rey, entendía que era una broma ya un poco pesada, pero no hice caso. En ese momento la adrenalina estaba a tope. Mi cuerpo y mi mente gravitaban en un espacio ligero, sin peso, donde lo cotidiano se tornaba sencillo, el mañana no existía y cualquier expectativa resultaba superficial.

Cuando salimos a la madrugada, el aire me entonó el cuerpo, pero no lo apagó. Por dentro seguía bullendo el palpitar del placer, de la embriagante, loca y desenfrenada diversión, y de las risas, de los miles y millones de carcajadas.

Casi al mediodía del domingo visitamos la polar, una especie de cantina, para desayunar y curar las noches pasadas. A pesar del derroche de energía, mi cuerpo retumbaba. Nos dirigíamos nuevamente a la casa del tío. Me acerqué a él para recordarle que al día siguiente iría a la escuela a conocer al director. Me miró y me dijo que ya lo conocía. Me quedé como idiota. Se rio. <<No te preocupes galán (dale con esa madre, pensé) el asunto tiene control de daños, todo saldrá bien>>. Sus últimas palabras me reconfortaron. Me despedí sin dar mayores explicaciones, casi hui.

Me fui derechito a ver a mi novia. No existía plan, solo una idea: cerrar ese fin de semana a cien por hora. Era un tema platicado, pero siempre frustrado. En su casa había comida familiar, su mamá insistía en que me quedara. Su papá tenía cara de pocos amigos, me pregunté si algo intuía porque mi novia Lucy seguro sí. Mi ropa estaba arrugada, olía a sudor y a jabón del que usan las bailarinas. Intenté ser divertido con ella y, cuando iba directo a la propuesta, me puso una cara igual a la de su padre, así que mejor cerré el pico. En ese momento me vino encima el fin de semana, creo que me salieron ojeras hasta en las axilas, la ropa se arrugó más y todos mis vapores nauseabundos inundaron la casa, que imaginé iluminada de rojo. Me despedí con la excusa de que había estado estudiando para un examen al otro día y necesitaba repasar unos temas. No me creyó.

Al día siguiente me presenté en la secundaria, el tío me esperaba con el consabido <<galán>> y la sonrisita. Se la devolví con una mueca y aunque descubrió que no me cayó en gracia el apodo, no intentó ningún pretexto. Nos dirigimos a las oficinas. Había un poco de ajetreo: alumnos presentando exámenes, padres de familia con documentos. La secretaria, que realmente era secretario, se dirigió con entusiasmo a Marti, éste me señaló con la cabeza, me saludó con amabilidad y, sin quitarme los ojos de encima, como queriendo decir algo, me extendió su pequeña mano. No presté atención, mi mente estaba concentrada en la entrevista.

La puerta del director se abrió. Detrás de sonoras carcajadas, venían unos profundos escotes con dos mujeres de color tropical, maquillaje excesivo y bisutería de extravagantes colores costeros. Cerraba el carnaval la voz del director.

El secretario con un ademán, que a esas alturas no me sorprendió, nos indicó el acceso. Se saludaron con efusividad y la voz le preguntó si venía <<el galán>>. Parecía que el fin de semana no terminaba: ¡era el amigo de Marti, el que nos invitó la noche de antro! Joder. Cerré los ojos. Como en unas instantáneas pasaron el secretario de las manos delicadas, las maestras: la Golden y la seductora, las morenas del tugurio, las tropicales que recién salieron y este cabrón que tenía enfrente.

Por supuesto me aceptaron, me dieron horario a escoger y el número de horas que quisiera. Y fue al final, las últimas palabras del director y su intento de darme unas nalgadas, que reflexioné las circunstancias que se presentaban en ese momento de mi vida. Estaba a punto de dar un cambio radical, sin retorno.

Por la tarde decidí mi camino. Mi amigo me llamó y al: <<¿qué tal galán? >>, recuerdo perfectamente que mi respuesta fue: <<chinga tu madre>>


Guillermo TS


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